martes, 16 de noviembre de 2010

¡SE HA ESTRENADO UN MUSICAL! ¿SÓLO POR HOY?

El título no es una exageración… hace siglos que el único teatro musical que se estrena en Madrid son esos ridículos karaokes a los que van los espectadores a cantar a grito pelao éxitos que nacieron ya rancios y que se citan juntos por obra del calzador de sus promotores, hilados mediante argumentos imposibles.

Tampoco considero que sea “estrenar” la recurrencia de traer los grandes “clásicos”, ninguno con menos de veinte años a sus espaldas, versiones y reversiones completamente prescindibles, que no aportan nada más que el destrozo de aquello que tuvieron de valioso. Así fue la versión de “Jesucristo Superstar” que padecimos hace meses, esa sucesión de videoclips con estética de “Mira quién baila”, sin pasión alguna (si es que se me permite el chiste fácil), o la versión de la versión de la versión de Chicago de la temporada pasada, que difícilmente consiguió meternos en el ambiente de la ley seca o arrancarnos ni un levantamiento de cejas. Cómo echamos de menos a la Gonyalons…

Está claro que los musicales de los 60 ó 70 son los que atraen a los autobuses de provincias, que acuden en tropel a un título cuya versión en cine vieron en su adolescencia, pero ese no debería ser el único criterio de programación. ¿Dónde están los empresarios inquietos, que trajeron “Barnum” o “Snoopy” sabiendo que su público iba a ser una extraña minoría? (je, je… esta temporada vienen “Los Miserables” y “Annie”… de ayer mismo, vaya, entre ambas deben sumar más de medio siglo).

Hagan memoria, señores, y a ver quién se acuerda de la última vez que se estrenó por aquí un musical (escrito como tal, con música y argumento juntos) que fuera de estreno, es decir, que estuviera o hubiera estado más o menos a la vez en la cartelera de Broadway o el West End…

Por eso es una noticia tan extraordinaria que –simplemente- se haya estrenado “Avenue Q”. Con eso, su contemporaneidad, bastaría para destacar en la mediocre cartelera. Pero es que además es un musical que actualmente está gozando de enorme éxito en todo el mundo, que se ha convertido en una obra de culto para un exigente sector de espectadores, un musical que habla de hoy mismo. Y no termina aquí el regocijo: es que además se ha montado con una calidad y un lujo de medios totalmente inusual, sin que pueda envidiar nada a sus homólogos de Nueva York o Londres. Sin con esto no he convencido al lector, aún hay más, y es que se trata de la obra más divertida, más original y más sorprendente que hayamos visto en mucho tiempo en escena.

Con una temática aparentemente ardua, se atreve con todo para retratar a una generación en el filo de la frustración. Discutir sobre el paro, la homosexualidad, el racismo, la pornografía… ¿resulta divertido? Bien, la verdad es que el público no para de reír de principio a fin, ni de corear las extraordinarias canciones (¡originales!). ¿Es ofensivo el sexo explícito en escena? ¡No, si lo practican una marionetas muy, muy versadas! ¿Es feo reírse de las desgracias ajenas? No, si aceptamos que las nuestras, a su vez, sirvan para divertir a otros. Así de chocante, sorprendente e irresistible es este musical, que sus autores escribieron pensando en sus amigos, a los que no gustaban los musicales…

Es difícil imaginar a un director más adecuado para una obra así que David R. Ottone -alma de la compañía Yllana, de inminente aniversario-, que además de haberse distinguido sobradamente en la escena internacional, ha crecido con el mejor Musical y, a su lado, el que humildemente suscribe. Es su impecable dirección, junto con la versatilidad del excelente reparto, la causa última de que el arriesgado experimento de fundir actores reales y marionetas se resuelva con éxito, y el movimiento en escena está medido con tal precisión que desde el principio deja uno de ver personas o títeres, y ya sólo ve personajes, personajes entrañables y tiernos, inmersos en una vecindad tan real que se demuestra en seguida tan absurda, de lo que a lo mejor no nos damos cuenta en nuestro día a día.

Escenografía, iluminación, traducción y adaptación, efectos, música… no hay fallo en toda la obra, cada elemento es perfecto y el todo es superior. Sólo encuentro dos pegas: la poca justicia que le hace una publicidad sesgada y el que un montaje como este no esté en la Gran Vía, y lo digo sin menospreciar un espacio fantástico como el del Nuevo Apolo.

Por si aún no lo he dicho: no se la pierdan. Recuerden que es “sólo por hoy”, y esa es la lección de la avenida Q…

viernes, 22 de octubre de 2010

EL DIRECTIVO ORGULLOSO

En esta absurda sociedad, una de las castas más dignas de atención es la de los directivos, o mejor expresado, la de los Directivos Orgullosos. Me refiero a aquellos personajes que ocupan las altas esferas de las empresas, cuya remuneración fija es escandalosa y la variable es directamente ciencia ficción para el resto de los mortales. Además, se privilegian con plaza de garaje en la oficina, despacho de tamaño blasfemo, secretaria, coche-transatlántico de empresa…

Lo digno de atención no es todo esto (hay que ver cuántas cosas no necesito, decía el filósofo que paseaba por el mercado de Atenas), sino que cuando uno conoce alguno de estos directivos casi nunca se trata de un personaje que tenga un mínimo brillo, quitando el carísimo atuendo. Lo normal, en cambio, es que tengan escasa cultura, conversación banal, modales y sentido del humor un tanto rancio –fútbol, mujeres, y… ya, esto es todo-, y ninguna pista de una inteligencia por encima de la media. De hecho, uno sospecha que en su juventud, pertenecía a la casta de los parias del colegio, con mediocres resultados académicos, y no especialmente popular. El que se llevaba las collejas, vamos.

Cuando uno, curioso como pocos, araña un poco, acaba descubriendo que, salvo que se esté donde se está por ser familia de alguien, lo normal es que esa situación privilegiada responda a algo parecido a un golpe de suerte, estar en el sitio adecuado en el momento adecuado, y aprovecharlo sin escrúpulos. Porque me temo que la mayor parte de estos giros del destino, han tenido que ver también con una acusada inmoralidad, con el uso de información privilegiada y con primar el beneficio propio en detrimento del accionista al que deben su remuneración.

Llegados a este punto, cabe suponer que la incidencia de las decisiones de estos directivos orgullosos en la buena marcha de la economía de anteriores periodos es nula. No están donde están por saber, sino por su habilidad en situarse y reunir privilegios. Y sin embargo, no cuentan al menos con la humildad de saber cómo son las cosas, y lo normal es que piensen que su puesto es merecido, tocados de los dioses, que los buenos resultados de la empresa se deben a su preclara inteligencia, y que los subordinados a los que tratan con habitual desprecio deberían estar agradecidos por tenerles como jefes. Son incapaces de asumir que un buen negocio mínimamente organizado puede producir ingentes cantidades de dinero aunque ellos no estén, y que a lo mejor producirían más aún sin ellos y sus estúpidas decisiones, más relacionadas con mantener su estatus que con sus verdaderas obligaciones.

Y así estamos ya en el destino que motiva estas líneas: el Directivo Orgulloso en plena crisis. Si cuando las cosas iban bien era mérito suyo, cuando las cosas van mal… claramente son los factores externos los causantes, nunca lo será su gestión. Así, es incapaz de sentirse culpable porque una gran parte de sus miserables subordinados hayan terminado en la calle, sin esperanza de volver a trabajar en mucho tiempo. No será el Directivo Orgulloso el que realmente sufra si la empresa finalmente cierra, para eso ha atesorado suficiente material estos años y se ha blindado ante cualquier posible despido.

Y sin embargo, no hay otra razón para la bancarrota que precisamente la incapacidad del Directivo Orgulloso. Porque la crisis, ésta que no ha hecho más que asomar la cabeza y que va a aniquilar la economía que conocíamos, no es otra cosa que una suma de Directivos Orgullosos. Digamos las cosas claramente: no hay una maldición divina, no hay confabulación de fuerzas materiales. La crisis se origina en la codicia y estupidez de estos despreciables personajes. Ninguno de ellos ha cumplido su deber, ninguno las ha visto venir. No se han ocupado de anticiparse a los problemas, o de invertir en líneas de futuro, o de diversificar sus actividades. No han hecho más que tomar decisiones irresponsables, de invertir en donde no debían, de jugarse el dinero buscando el beneficio veloz, primando la especulación frente a la solidez. Son responsables también de una dolorosa ostentación, de crear un clima de pelotazo donde se ha puesto de moda admirar al tiburón y despreciar al esforzado. Ni siquiera se han responsabilizado de garantizar a sus miserables subordinados la actividad suficiente como para mantener sus puestos de trabajo.
Son éstos, los que ahora están en la calle, los que deben pedirle explicaciones. Los que deben agruparse y demandar a su antiguo superior y exigir su responsabilidad civil. Por haber sido incapaz de atender sus obligaciones, por haber ocupado un puesto para el que no tenía capacitación, buscando sólo el beneficio propio, y no haber pensado nunca en que tanto privilegio sólo se merece si se asume la responsabilidad que le corresponde.

La responsabilidad profesional no se debería exigir sólo a los médicos, arquitectos, ingenieros, o abogados, que responden de sus errores incluso con su patrimonio personal. El Directivo Orgulloso es mucho más dañino para la sociedad, no hay más que ver la que está cayendo…

(Desde su jubilación dorada, el Directivo Orgulloso sonríe pícaramente al leer estas líneas… “vaya mundo de pringaos”, piensa con razón, “y el primero de ellos, el que pierde su tiempo escribiendo blogs como éste…”).

(La ilustración la he robado del blog de rafel bianchi… … muy bueno…).

jueves, 10 de junio de 2010

DESCARTES DE “UN ENIGMA DE LA ESGAE”

1: Oigo a John Landis en una entrevista contar que hoy día le sería imposible filmar otra película como la brutal “Blues Brothers”, debido a los descomunales derechos de autor que se pagan hoy día en la música. Es una pena, la verdad.

2: Oigo a Víctor Manuel (ya conozco dos socios, vaya) decir en la radio que es tan normal pagar un canon por la música en las bodas como pagar los refrescos que beben los invitados. Una comparación poco acertada… ya que por cada refresco no se paga un canon al Colegio de Diseñadores de Botellas, o a la Asociación de Investigadores de Bebidas Gasificadas, o a la de Creadores de Logotipos de Casas de Bebidas y Afines. Que yo sepa.

3: Yo que tengo la tonta costumbre de comprar producto original ya me gasté una pasta en una buena colección de vinilos y cintas VHS. Luego he tenido que repetir, volviendo poco a poco a comprar todo otra vez en CD y DVD, obligado por un mercado que se ha confabulado para hacer desaparecer los formatos analógicos del mapa (digo bien, un mercado y no un progreso, basta ya de engaños, ¡viva la Cinta de Vídeo de Muchachada!). ¿No deberían haberme descontado del precio, al recomprar en nuevo formato, los derechos de autor que ya pagué la primera vez? ¿Puede ser que la Esgae me deba un dinerillo? Por cierto, ¿por qué no me avisaron los “autores” que sus productos en VHS caducaban, como las latas de sardinas? Porque la mayoría de las que tengo ya no se ven un pimento…

4: Argumentan Teddy, Ramón y Víctor, que con todo este revuelo, la piratería, el Emule, el top-manta, etc., estamos abocados a la desaparición de la música. ¿Cabe recordar que la música existe desde mucho antes de la Esgae, del Emule, y de todos nosotros? Cambio tras cambio de formato, hay quien sabe evolucionar con los tiempos y quien se empeña en contener lo incontenible… nos obligaron a recomprar en digital, y el digital mató su propio mercado, eso es todo. A esto se le llama “la avaricia rompe el saco”.
Y como dice mi adorado Dylan, no se necesita al hombre del tiempo para saber de qué lado sopla el viento. Desde luego, él ya sabe cuál es el nuevo mercado de la música, y lleva muchos años trabajándoselo. A tomar ejemplo, “autores”.

jueves, 20 de mayo de 2010

UN ENIGMA DE LA ESGAE

Sorprende lo que da que hablar una organización teóricamente marginal como la Esgae, con probablemente menos socios que los que tuvo en su día mi añorado Club Don Miki -y me refiero a proporciones relativas-. Sobre todo con noticias de recaudaciones asombrosas: desde falsos invitados a bodas, cobros a compañías de teatro en nombre de Lope de Vega, cánones cobrados a adolescentes por andar tarareando con su móvil…

No quiero repetir asuntos ya muy sobados, ya que parece que todos somos de opiniones parecidas respecto a estos asuntillos, todos salvo quizá nuestros legisladores que, cada vez más, parecen vivir en una sociedad distinta a la del resto de ciudadanos (“la Ley es la Ley, no podemos saltárnosla o reírnos de ella, y si no nos gusta lo que hay que hacer es cambiarla”, defendía con razón Adam Bonner, pero sin decirnos cómo se cambia en una España como la nuestra, donde todos los poderes parecen estar al servicio de uno único).

Sin embargo sí me gustaría añadir al fuego una leña más, sólo una, y es una paradoja que me inquieta desde hace mucho. ¿Qué autores son los de esta sociedad? ¿Es realmente general? ¿Quién cobra al final de tanto lío? Me explicaré. Supongamos que en mi bar pincho música para deleite de mis clientes. Me toca, ya lo sabemos aunque no nos guste, pagar un dinerillo a la Esgae por este abuso de confianza. De ese montante, queremos creer que la mayor parte se reparte entre los autores; sería un consuelo, al menos. Bien, supongamos que lo que yo pincho en mi bar es música de mi adorado Dylan. Ello me procura negocio, es posible, porque a lo mejor se me forma una clientela habitual de iniciados en los vericuetos del rapsoda. Y la Esgae me cobra… ¿para pagarle, aunque sea una parte, a Dylan? ¿Se recompensa con justicia a este gran genio, autor tan trabajador o más que cualquier otro, exceptuando a Lola Flores?

Pues bien, parece que no es así. Parece que quien cobra del dinerillo comentado es el socio de la Esgae. Por ejemplo, Ramoncín (siento meterle aquí, en la misma paradoja que a Dylan, pero es que no sé de ningún otro socio, soy así de ignorante). ¿Qué sentido tiene esto? ¿Es mínimamente justo? ¿Que Ramoncín o cualquier otro se lucre del negocio generado con el trabajo ajeno, en este caso de mi adorado Dylan? ¿LE ESTÁIS QUITANDO EL PAN DE LA BOCA A MI ADORADO DYLAN?
Vamos aún más lejos. El otro día, en una boda y ya con la corbata en la cabeza, bailamos desenfrenadamente “Funky Town”. Nadie se acuerda de los autores de éste glorioso éxito de la música popular de hace treinta años. Yo sí, ya sabéis que tengo buena memoria para las nimiedades: se trata de un grupo que se hacía llamar Lips Inc. Si ya es difícil acordarse de algo así… ¿quién narices sabe cómo se llamaban sus componentes o por dónde andan? ¡A lo mejor a estas alturas se han hecho monjes! Supongo que lo justo sería que la Esgae, tras trincar el canon de la boda, aparte una pequeña parte para Lips Inc, localice a sus responsables -o en su caso al Abad de su monasterio- y les haga llegar los ínfimos derechos que les debe tocar, ante la mayúscula sorpresa de los destinatarios (“¿qué dices, que nos han llegado unos dólares desde España? ¿y en el remite figura un tal Teddy-qué? ¡Ah, Bautista… será un colega carmelita!”).

Una vez más, parece que la situación no se resuelve con justicia. Mucho me temo que de nuevo el que cobra es… el socio de la Esgae. Que de nuevo Ramoncín y el resto de socios se reparten inmisericordes el resultado del trabajo de ese simpático grupo que tantas alegrías nos ha procurado en las bodas. No entiendo nada de todo esto, la verdad. Sólo se me ocurre que exista un tratado internacional de reciprocidad, compensando a los “autores” de cada estado. Una Esgae norteamericana, por ejemplo, cobrando cánones cada vez que en un bar para iniciados, de culto, se intenta fidelizar a la clientela pinchando la obra completa de Ramoncín. O cobrando cánones por cada vez que se baila “El Rey del pollo frito” en una boda norteamericana. Ya sé lo que están pensando mi adorado Dylan y los simpáticos componentes de Lips Inc –si es que les dejan leer blogs en su monasterio-: ¡que se van a hinchar a ganar pasta!

Lo dicho, no entiendo nada. No seré moderno, o culto, o artista, o con la ceja picuda, o yo que sé. Pero si todo esto es justicia, que venga Teddy y nos lo explique, por favor. ¡Con lo que nos gustaba cuando hacía de Judas!

viernes, 14 de mayo de 2010

EL ESPACIO DESORDENADO POR LA OPOSICIÓN

Bajo este pretencioso título –pretencioso porque valdría para muchos otros temas, aunque en su pedantería está su encanto- escribo una breve reseña de la fantástica exposición inaugurada ayer en Madrid, a la que asistí a disfrutar y a saludar al autor, el escultor Fernando Heras Castán, excompañero mío hace ya muchos años en lides muy distintas a éstas.

Junto a la Plaza de Cibeles en Madrid (calle Marqués de Duero, 3, bajo izquierda), y durante las dos próximas semanas desde ayer día 13, Fernando presenta en Madrid su obra más reciente en pequeño formato (pequeño en tamaño y en comparación con sus obras urbanas, que articulan más de un espacio público en diversos núcleos alicantinos).

Hablaba con el escultor cómo después de tantos siglos en que uno de los parámetros que ha definido el Arte ha sido la búsqueda de la Belleza, hoy día éste se ha convertido en un ideal perdido, o al menos, en muchas de las corrientes que llenan las galerías, con pretendidos artistas más cercanos a la mercadotecnia. Si esto es así, creo que la obra de Heras Castán está entonces fuera de la moda y fuera de la época confusa en que vivimos, y que prefiere enmarcarse en la intemporalidad o en el clasicismo, como se quiera entender. En otras palabras, esta obra sí busca la belleza, y desde luego, la encuentra.

Las piezas son a veces evocadoras, muy sensuales en otros casos, algunas enigmáticas como esos gemelos no simétricos… Otras dan la impresión de que se hubieran hecho a sí mismas, coexistiendo la rotura natural de la piedra con la artificial; se establecen entonces un diálogo de fuerzas creativas sin conclusión. Las oposiciones de cualquier categoría, de formas, llenos y vacíos, simetrías que no llegan a serlo, texturas contrapuestas, son quizá la constante en estos mármoles.

Sólo pongo una imagen, robada del blog de Fernando (
www.herascastan.blogspot.com) y de una obra que creo no está en la muestra. Y sólo la pongo como ilustración anticipada, sin querer condicionar la visita: la sorpresa y, sobre todo, el placer de la vista real, tridimensional, del espacio desordenado por estas piezas, supera con creces a cualquier imagen plana.

Y aunque sea feo decirlo, estamos hablando además de un arte asequible, de un arte que uno puede hacer suyo, único y original, privatizando alguna pieza en provecho propio, lo cual no tiene precio en este mundo de clonación imparable y de formatos digitales autoreplicantes. Quién sabe… a lo mejor lo único que nos queda tras esta crisis es el consuelo de la belleza.

Si pueden, acérquense a disfrutar. Si además tienen la suerte de coincidir allí con el autor –creo que es muy probable- no dejen de conversar con él, todo lo que les cuente del proceso creativo y de la propia producción de las piezas resultará interesantísimo. Pero sobre todo, observen sus manos, unas manos curtidas y vigorosas, pero con la capacidad de lo meticuloso: son las manos de un escultor, y por lo tanto, las manos de un artista.

sábado, 1 de mayo de 2010

LOS NUEVOS GRANDES INVENTOS DEL SEÑOR HUMANIDAD

Qué lástima que Topo Giggio ya no esté para actualizarnos la marcha de los grandes inventos en el cambio de milenio. ¿Qué fue de él, por cierto? ¿Volvió a Italia con Torrebruno y la Carrá tras la Era Lazarov? ¿O emigró junto a Petete y Carolina, el señor Búho, los dibujos de konec, y tantos otros, cuando la televisión didáctica fue vencida por a la impúdica? Quién sabe… ¡Ay de nosotros, con cada vez más canales y menos contenidos!

Muchos “post” como este van a ser necesarios para llenar ese hueco; pero no por ello vamos a dejar de intentarlo... Piense el lector un momento -tratando de adoptar la perspectiva suficiente- en cuáles son los grandes inventos contemporáneos, los grandes avances de nuestra civilización que en las últimas décadas nos han hecho un poquito más felices. Si se piensa fríamente, los que a priori parecen más revolucionarios no nos han traído realmente nada bueno. Más bien habría que considerarlos anti-inventos, la verdad. El teléfono móvil, por ejemplo ha instalado la impertinencia constante en nuestras vidas, y es usado con especial impunidad al no figurar normas sociales de uso en ningún manual (si bien no sería muy difícil escribirlas, empezando por la prohibición de las estridencias en los tonos para continuar con el ahorro al semejante de las conversaciones privadas aireadas a gritos en cualquier sitio público… un poquito de pudor, vamos).

En realidad, los grandes inventos contemporáneos nos pasan desapercibidos, al ser aparentemente poca cosa, de uso cotidiano, pero tan necesarios que nos resultan ya imprescindibles. Podríamos volver a vivir sin ese teléfono móvil (¡sería fantástico!) pero no sin estos grandes inventos. Pongo sólo tres ejemplos, que convencerán al más escéptico.

¿Qué decir, para empezar, de la dirección asistida? ¿O es que nadie se acuerde de lo que era maniobrar con un 124, por poner un ejemplo extremo? Los que nos hemos curtido viviendo en barrios como Chamberí, donde cada aparcamiento era una nueva aventura de duración incierta, donde el más mínimo hueco era aprovechable, donde aparcar de canto, en dos ruedas, sobre un sello de correos, era una necesidad, hemos desarrollado una extraña fuerza en algunos músculos del brazo, a costa de darle vueltas al volante. Las complejas maniobras para sacar el coche por la acera, encerrado por la doble fila- eran un prodigio de estrategia, pero también de gimnasia, ya que materializar esos complicados arabescos que sólo nosotros éramos capaces de diseñar requería mucho dale-que-te-pego al volante, que nos dejaba agotados. Ya sé que era lo de menos, lo importante era encontrar el sitio, por malo que fuera o lejano que estuviera, pero es que a veces daba la impresión que eran nuestros giros de volante los que estaban moviendo el coche, como si de pronto estuviéramos en un troncomóvil de tracción animal (con perdón).

Y si existe algo discreto, cotidiano y a la vez utilísimo, eso es sin duda ese enchufito que conocemos como USB, sin tener ni idea de qué significan esas siglas. Qué más da... la mágica posibilidad de poder enchufar todos los asombrosos cacharretes que Mr. Gates nos coloca, y algunos más, y que en cuestión de segundos todo funcione, y nuestro equipo ya sepa qué es, qué hace, cómo se usa (mucho antes de que nosotros mismos lo sepamos)... esto ya es magia negra, caramba. Recuerdo que no hace muchos años pasé casi dos días configurando un “plotter”. Y todos hemos pasado muchas horas buscando (en internet, y antes pidiéndolo a la casa o a amigos iniciados) “drivers” o similares, para que nuestros periféricos se pudieran volver a instalar al cambiar de equipo, o con otros sistemas operativos, o qué se yo. ¡Si al final nos hemos hecho todos informáticos! Y ahora llegamos con el enchufito y ya está todo resuelto, no hay que pensar más. Otro gran avance, sin duda.

Para terminar, confesaré que hace unos cuantos años consideraba que el mejor invento de la historia era el Alka-Seltzer, esa efervescencia mágica, única capaz de hacerte volver a la vida un domingo por la mañana, como la pócima que consigue que el góngoro vague eternamente. Ya no pienso así, ya no soy tan joven como para necesitar ese milagro, por desgracia. Lo que ahora me va, desde que estoy ya cuesta abajo -y en grandes cantidades- se llama Almax. Supongo que cada uno, y en cada edad, tiene su medicina-fetiche. La mía es el Almax, y me parece incomprensible que a su inventor no se la haya erigido un monumento de relevancia, que no se le entierre en el Panteón de Hombres Ilustres, que su nombre y biografía no se recite en los colegios. De hecho, si este post termina atropelladamente es porque estoy necesitando atizarme un sobrecito. Voy por él... hasta la próxima, pues.


PS: ¿Se anima algún lector a engrosar esta lista de aparentes insignificancias?

martes, 13 de abril de 2010

CARTA ABIERTA A DON JOSEP FONTÁN

Estimado Pep:

Me perdonarás que te tutee, pero a estas alturas nos hemos cruzado ya tantas cartas… más que con cualquiera de mis íntimos, puedes estar seguro. Te contesto con ésta a la última tuya que, debo confesarlo, me ha producido una cierta desazón. ¿Seguro que pese a llevar tu firma no la ha escrito algún subordinado tuyo? ¿Puede ser que su contenido y redacción no sea fruto de tu creatividad y esfuerzo?

Lo digo porque parece que seguimos erre que erre, y esta ausencia de diálogo me inquieta. ¿No leíste mi anterior misiva o, casi peor, no la encontraste motivada? Creo que en ella dejaba muy claro el porqué de ese supuesto exceso de velocidad con el que tan machaconamente me afeas: siete kilómetros por hora más de lo permitido, que no son más que unos pocos milímetros de desviación de la aguja de mi velocímetro (te recuerdo que mi coche es muy bueno).

Si en vez de ir atento a la circulación llevara fija la vista en esa aguja, vigilando esos milímetros de más o de menos, entendería el tono de tus cartas, que me hacen comparable a un genocida sin escrúpulos, a un genio del mal. Pero siete kilómetros por hora… ¿cómo puedes estar tan seguro? Los científicos debaten sobre la relatividad de las magnitudes de la física… ¡y tú tienes suficiente certeza de esos siete kilómetros por hora como para acusar a un semejante! ¿Por qué te fías tanto del cacharro ese que tienes escondido? (¡Qué feo es eso de esconder cacharros, por cierto, en vez de velar por nuestra seguridad en carretera!).

Por dos veces te he enviado, sin embargo, una explicación del porqué de ese supuesto exceso, y por dos veces me has contestado ignorando mis alegaciones. Insistes en que mi pecado es imperdonable porque se me ha reclamado en plazo, siguiendo estrictamente un oscuro procedimiento legal, y fiándote del cacharro ese que ha sido revisado por unos amigos tuyos. ¿Es eso lo que importa para hacer justicia? ¿Los plazos, los procedimientos, y la opinión de una máquina? ¿Es que puedo acuchillar al cartero que me trae tus cartas, y si no se me reclama en plazo no seré un asesino? Ni siquiera te has molestado en leer mis explicaciones. Empiezo a entender que tu carta no es tuya… es de una máquina, amiga íntima de esa otra que escondiste en la carretera.

Sospecho que tu puesto de Director de Tráfico es solo una tapadera. A lo peor, sólo te toca comprar y esconder máquinas, y refrendar con tu firma las opiniones que éstas tengan, desprovistas de todo sentido común, gobernadas únicamente por un velocímetro y un calendario. A lo peor, son las máquinas las que han tomado el mando, y dirigen el tráfico desde sus torpes combinaciones de ceros y unos, desde programaciones que ya nadie se acuerda de quién hizo ni con qué parámetros.

No voy a extenderme más en este triste asunto. Sólo me resta por decir que no acepto tu insultante oferta de que pague con un descuento… Si estuvieras seguro de que merezco el lacerante castigo de una multa, no me ofrecerías una rebaja. No, no voy a pagar voluntariamente. Con el ejemplo del gran Mr. Pickwick, que prefirió dar con su gran humanidad en la cárcel antes que reconocer una causa injusta, te obligaré a rastrear hasta que encuentres de donde embargarme (¡y te va a costar!). Ni siquiera que me arrebates mis puntos del carné -¡mi posesión más preciada, que guardaba para vender cuando la crisis se hiciera insostenible!- me hará flaquear.

Sólo una cosa te ruego: dile a tus máquinas que no me persigan más. Ya sabes lo que dice el chiste: que o me pone la multa o me echa la bronca, pero las dos cosas juntas, no. Ya me has puesto la multa… Así que un poquito de por favor…

martes, 16 de marzo de 2010

TENGO UN COCHE MUY BUENO

Siento aburrirles con una reciente batallita, pero cuando la hayan leído entenderán que a alguien tenía que contársela. Al fin y al cabo, es lo único que voy a sacar de esto.

Mi coche es tan bueno que el pasado domingo decidió tomar el mando y no arrancar. No le importó que estuviera a 400 kilómetros de mi lugar de residencia, y a más de 50 de la civilización, ya que un coche bueno está por encima de estas cosas. Sencillamente, decidió no andar, pese a su juventud -más o menos tres años-, a lo poco que le pido -no llega a 70.000 km- y al dineral que me supone mantenerle regularmente con los únicos talleres en los que confía -los oficiales de su marca-. Tampoco tuvo en cuenta que en su día me gastara mucho más de lo que costaban los de la competencia, en la confianza estúpida de que un coche bueno no toma estas decisiones por su cuenta. Mi coche es bueno, pero bastante ingrato, la verdad.

La llave de mi coche es tan buena (y tan electrónica) que al tratar de arrancar el motor el visor de mensajes me dijo que tenía un “error de llave” y que probara de nuevo. No le importó contestarme lo mismo las 143 veces que probé, con total impertinencia. El sitio donde se introduce la llave es tan bueno que al probar con una segunda llave me siguió pasando lo mismo. Los coches malos tienen unas llaves metálicas, antiguas, sin electrónica, y claro, nunca les pasan estas cosas misteriosas ni tienen caché como para tener errores. La anticuada mecánica, ya se sabe.

Lógicamente, un coche tan bueno, una vez que se cierra en banda, se mantiene hasta el final; al menos es consecuente y no relativiza. A este coche tan bueno, si la llave electrónica no le responde, se niega a hacer absolutamente nada. No hay quien lo arranque empujando, por ejemplo, o quien le desbloquee la dirección. No se puede ni oír la radio o poner la calefacción para no volverse azul mientras esperamos solucionarlo. Adelantos de la técnica se llama a esto.

Aún hay más. El manual de mi coche es tan bueno que si se lo tirara a la cabeza al que me vendió el coche probablemente le causaría una avería cerebral, del grosor y peso que tiene. Gracias a esta enciclopedia sé cómo funcionan un montón de cosas que mi coche no tiene (deben ser extras que no me incluyeron), pero por ningún lado viene una lista de los posibles mensajes del visor ni de instrucciones para actuar en consecuencia. En un coche bueno, que se comunica con el conductor mediante un visor, es lo primero que yo hubiera puesto en su manual, pero entiendo que yo soy un ignorante y que no sé nada de manuales de coche.

Me dirán ustedes que no se lo merece, por ingrato, pero a pesar de todo, conseguí llevar a mi coche a un taller -oficial, por supuesto- en la capital de la provincia en la que me abandonó a mi suerte, con la colaboración de un esforzado operario (qué gran tipo, por cierto) y su grúa. Veinticuatro horas después he tenido respuesta del jefe de mecánicos (¿o son electrónicos?): mi coche es tan bueno que no pueden saber qué le pasa, ya que sin que la llave se accione no pueden tener acceso a los sistemas de información de mi coche. Sistemas de información. No sabía que mi coche los tenía, la verdad. Claro, es un coche tan bueno…
¿Solución? Me ponen todo el bloque de llave y “cerradura” nuevo (300 euros para empezar… con eso me compro una puerta entera… pero no electrónica, claro), y así mi coche se digna comunicarse de nuevo, y luego ya veremos, según lo que nos diga la pantallita. No me garantizan que el coche estalle a continuación, por ejemplo (espero que me lo den probado, por cierto). Por cierto, la pieza necesaria tarda dos días en llegar al taller; la deben traer en diligencia.

Visto el panorama, he decidido traerme el coche y que me lo arreglen en mi ciudad de residencia. Decisión equivocada, me temo. La marca de mi coche es tan buena que sus talleres oficiales de milagro me han cogido el teléfono. No les ha conmovido oír llorar a un mocetón de mi edad, ni les han asustado las amenazas bíblicas con las que he tratado de presionarles: me consideran un privilegiado dándome cita para dentro de un mes. Ni siquiera en el taller donde lo suelo llevar a las puntuales revisiones periódicas (que para esto suelen ser simpatiquísimos, y que siempre me dan cita de un día para otro) se han apiadado del que era, hasta hace poco, un gran cliente. Parece que para cambiar el aceite de mi coche a precio de oliva virgen y con una mano de obra que debe ser de controlador aéreo, a juzgar por las facturitas, siempre hay hueco, pero para una emergencia no es tan sencillo. Para qué las prisas, se suele decir.

A estas alturas, no sé muy bien qué más me va a pasar, ni cuántos días estaré sin coche, ni cuánto dinero me va a costar todo esto. Lo que sí sé es el final de la historia. En cuanto el coche arranque, lo vendo al mejor postor, y a continuación me compro otro, si puede ser, no tan bueno. Y es que los coches buenos son muy caprichosos. Y yo es que los prefiero más malos, que se puedan empujar, que no se comuniquen conmigo, que se oiga la radio mientras esperas la grúa, con manuales de cuatro páginas, y con una llave dentada, de las de toda la vida… Es que soy un antiguo, y como el venerable anciano de “Esperanza y gloria”, yo también maldigo a Volta, Amperio y Faradio.

(NOTA: ¿Qué cuál es el coche tan bueno, protagonista de esta historia? Un VOLVO V50. Lo vendo barato, por cierto. Gran coche, y grandes talleres oficiales, de respuesta inmediata).

lunes, 1 de marzo de 2010

¡LARGA VIDA AL URBANISMO!

Hace ya tiempo que asistimos a la agonía del Urbanismo -con mayúscula- en nuestro entorno. Una disciplina esencial para nuestras vidas, al conformar el hábitat en que se desenvuelven todas las actividades y que sin embargo nunca ha sido muy bien atendida en España. De hecho, los excepcionales casos que hemos colocado en la Historia tenían un trasfondo especulativo (ahí está el invento de la Ciudad Lineal). Y atesoramos muchas oportunidades perdidas (una reciente exposición nos descubre lo que podía haber sido la Plaza de Oriente, si Fernando VII no hubiera decidido que gastar en Urbanismo era una tontería, al contrario que en el resto de Europa; nuestros reyes siempre han sido más listos que el resto).

En los últimos tiempos, la atención al espacio urbano sucumbe ya del todo bajo argumentos económicos (v.g., proliferación de soportes publicitarios que suponen un crimen espacial para ganancia de calderilla y sobre todo, generación de comisiones varias) y bajo el peso de la asfixiante normativa y legislación urbanística, tan compleja como inútil e inflexible, y que siempre ha sido el asombro de los expertos de fuera, al favorecer la especulación desde presupuestos de legalidad. Parece que el paisajismo, esa búsqueda de la calidad espacial y de la protección del hábitat urbano, ha desaparecido, y sólo queda el afán de cumplir normativas mezclado con la megalomanía de quienes deben “hacer ciudad” y la codicia de los agentes que desarrollan el planeamiento.

Qué buena muestra suponen los recientes ensanches de nuestras ciudades, con esa soberbia ocupación de suelo, bien escaso que se consume con alegría en desarrollos donde ni el dimensionado es correcto (¡cuánto sin vender a estas alturas!). Para entrar a Sanchinarro (Madrid), tenemos una avenida de cuatro carriles por sentido, además de generosa mediana y aceras y bandas de aparcamiento en cada lado. Vamos, que cruzar la calle como mínimo necesita acopio de provisiones. Una auténtica barrera en la puerta de las casas, impidiendo la necesaria relación entre ambos lados de la calle, además del despreciado beneficio climático que supondría una calle de ancho proporcionado a las alturas de los edificios, o el ahorro que vendría de redes de infraestructuras más cortas.

Si no hace falta ese ancho porque el tráfico no lo necesita, entonces hemos dimensionado mal. Y si es necesario porque en horas punta se colmata el viario… hemos dimensionado peor, ya que hemos creado un barrio que necesita una autopista en medio para poder funcionar. Mal, en cualquier caso. Mal, como la rotonda de entrada… del mismo tamaño que la Plaza de la Concordia en París. ¿Necesita Sanchinarro una rotonda del mismo tamaño que el centro neurálgico de París? Me temo que tenemos el rumbo equivocado…

Y si esto pasa en los nuevos desarrollos, también en la ciudad existente. Aunque muchas veces sea fruto de épocas mejores, aquí estamos para estropearla. Decisiones de políticos de dudoso gusto y escaso peso intelectual entierran dinero en actuaciones dudosas que sólo responden a la megalomanía y a raptos de inspiración mística (no se me ocurre otra explicación). (NOTA: las maravillosas Fuentes Océanas han sido destruidas y nadie ha protestado… ¿no nos queda esperanza?).

Así, las reglas más elementales -de todos sabidas- se obvian y entierran bajo costes escandalosos en operaciones inútiles, caras y, sobre todo, feas. Kevin Lynch hablaba de la importancia de tener hitos en las ciudades, e intuitivamente ya lo sabíamos. También hablaba del problema que supone el exceso de hitos… y también lo sabíamos. Desgraciada Plaza de Castilla, donde al exceso de hitos se ha unido uno nuevo, cortesía del Fallero.

¿Existía, por poner otro ejemplo, una entrada a una ciudad de mayor calidad que la que se hace a Madrid desde la carretera de La Coruña? Maravillosamente arbolada, envuelta en verde, flanqueada por la singularidad de la Casa do Brasil, de la Escuela de Ingenieros Navales, del Museo de América, y rematada en su final por el monumental Arco del Triunfo (ojo a la desmemoria histórica, que hablamos de hace 70 años, a ver si vamos a tener que quitar la placa del 2 del mayo un día de estos).

Y de pronto, hace unos años, se cometió el crimen de incrustar algo “fuera de escala”, como un objeto del espacio que cayó del cielo donde el azar dispuso, mal hecho (con placas cayéndose desde el primer día), mal programado (inútil… tanto tiempo cerrado y nadie lo ha echado de menos) y mal dimensionado, dejando a escala ridícula todo el entorno con cargo a nuestros impuestos, que vuelven a dilapidarse ahora al acometerse una reforma completa del artefacto, con adecuación a las normativas actuales... qué posteridad más breve, igual que le pasa a los cuadros de Barceló. Como en los programas de adelgazamiento, un par de fotos CON y SIN hablan por sí solas. Si lo ponen en el Retiro se hubieran quedado igual de satisfechos.

¿Más ejemplos? ¿Qué tal la ofensiva granítica que actualmente se vive en Madrid, con esa peatonalización que se extiende como una mancha de aceite? No discuto los beneficios de este esquema de ciudad, aunque sean sin embargo discutibles. Resalto aquí el hecho de que no se aproveche, de nuevo, para “hacer ciudad”. Simplemente se pavimenta y se corta el tráfico. Un espacio sagrado en Madrid como es la plaza de Callao resulta ahora una infinitud alicatada, un festín de agorafobia donde se han dejado caer, como siempre, todos los chirimbolos posibles, sin orden ni concierto.
Así está también la Puerta del Sol, donde en poca distancia se cuentan hasta tres entradas al Metro (se ha peatonalizado Montera, pero se mantienen los accesos de pares e impares separados ahora por… nada, que ya no hay calle en medio…), varias cabinas, carteles publicitarios, registros y armarios técnicos, quioscos, etc. Una zona peatonal que da miedo a los ciegos es un sinsentido. El desasosiego y el vacío se han instalado en estos no-espacios, allí donde ha salpicado la brigada de soladores.

No quiero ser menos, y también yo voy a dejar caer un chirimbolo, un elemento discordante, una ameba urbanística que me asegure un puesto en la posteridad, y tan dilapidadora que nadie se atreverá a quitarla… ¡Vaya, pero si no queda tan mal, se está articulando el desértico no-espacio! ¿Larga vida al Urbanismo? ¡Larga vida a Perogrullo!

domingo, 7 de febrero de 2010

EL ALMA DE INVICTUS

¡Qué magnífica película nos ofrece Clint Eastwood! Nadie debería perderse esta estimulante historia que nos devuelve la fe en el ser humano, que nos da un reciente ejemplo histórico de que algunas veces (aunque sea pocas) las cosas pueden ir a mejor, de que un individuo con determinación inquebrantable y enorme capacidad de irradiar a los demás puede cambiar la historia. Vamos, que todavía hay esperanza en este río revuelto. Que el vehículo sea, además, el rugby me alegra especialmente, ya que llevo tiempo castigando a mis conocidos con las virtudes de ese brutal y sutil deporte, aunque esto lo dejo para un futuro “post”.

Pero no sólo la historia es fabulosa, sucede que también está bien contada. La película, a cualquier nivel, es extraordinaria. Recomiendo, por cierto, la versión original... hay también contenido en la disparidad de lenguas y acentos de cada grupo, de cada etnia.

En cualquier caso, no traigo aquí esta película por hacer crítica cinematográfica, sino por reparar una injusticia, que es lo único negativo que puede decirse de la cinta. El caso es que tras la historia que se cuenta flota un poema, que es toda una declaración de principios, y que resume el espíritu de la historia. Se trata de un poema titulado, evidentemente, INVICTUS, que según se cuenta en la película acompañó a Mandela en su cautiverio, estimulándole e inspirándole en sus peores momentos. Un “poema victoriano”, se dice en la película, que en una escena inspirada, se lee de fondo, y que en otro momento se ve escrito por la mano de Mandela-Freeman...

Pero no se llega a decir en ningún momento que su autor fue un personaje llamado W.E. Henley. Y esta es la injusticia, no contar al público que, además de todo, está este gran poeta, y aprovechar la ocasión para que su obra siga inspirando a muchos otros. Bien es cierto que el poema citado es, según creo, muy popular en el mundo anglosajón, y es, a lo mejor, la razón, de que la autoría se halla obviado. No es así, sin embargo, en el ámbito castellano, donde Henley es absolutamente inédito y desconocido, sin entrada alguna en la base de datos del ISBN. Quien tenga más o menos mi edad, igual recuerda que un trozo de INVICTUS figuraba en el libro de texto de inglés de 6º de básica... es la referencia más cercana que puedo dar.

Y sin embargo, Henley es un poeta y una personalidad sobresaliente. Amigo íntimo de los mejores escritores de su tiempo (Wells, Kipling, Stevenson, Hardy, Barrie, Shaw), de los que fue además en muchos casos editor, arrastró una penosa enfermedad que culminó con la amputación de una pierna y una larga convalecencia durante la cual escribió uno de sus mejores libros, “In Hospital”, cuya exquisita primera edición regalé hace poco al bardo David Gutiérrez, como muestra de agradecimiento. Cualquiera que se vea obligado a una larga convalecencia hallaría consuelo en esa colección de poemas con la que podrá identificarse fácilmente. Henley fue, además, el auténtico John Silver El Largo, y así lo retrató Stevenson en “La Isla del Tesoro”.

Pero el lugar en la Historia se lo ha asegurado INVICTUS, con un par de versos finales que figuran inspiradores en la memoria de varias generaciones. Nada de lo que diga es mejor que el propio poema, así que aquí lo rescato completo, y traducido. De nada.

Invictus
William Ernest Henley

Out of the night that covers me,
Black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds, and shall find, me unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.






Invicto
Desde la noche que sobre mi se cierne,
negra como su insondable abismo,
agradezco a los dioses si existen
por mi alma invicta.
Caído en las garras de la circunstancia
nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino;
soy el capitán de mi alma.

martes, 12 de enero de 2010

DE REVISTAS Y ÁRBOLES

No creo que el Apocalipsis haya llegado todavía, ya que si no recuerdo mal éste se iniciaba con la apertura del Séptimo Sello y mal que le pese a Bergman, esto no debe haber pasado aún. Lo digo porque imagino que cuando realmente suceda (y cada vez que veo “Sálvame” estoy convencido de que sucederá), irá acompañado de un importante aparato publicitario. Digo todo esto porque no creo que la corriente catastrofista que desde un sector supuestamente verde nos amenaza alternativamente -según el clima del día- con glaciaciones o desertizaciones deba preocuparnos en exceso.

Ello no quiere decir que no me preocupe el evidente proceso de degradación de nuestro entorno, ya que lo que sí está claro es que está redundando desde hace mucho en un progresivo deterioro de nuestra calidad de vida. Lo asombroso es que si bien algunas de nuestras malas prácticas al respecto al menos tienen alguna razón de utilidad, otras en cambio son fruto directo de esta Era de la Estupidez en que nos ha tocado vivir. Un ejemplo inmediato es la fiebre de vocaciones de camionero que se ha despertado en una importante parte de la población que opta por desplazarse en vehículos muy parecidos a los de la División Panzer.

Podemos mandar miles de correos a Kioto o a Copenhague, pero realmente, deberíamos empezar por simples y cotidianos gestos. Y de entre todas estas causas a erradicar, brilla con luz propia una de las más perniciosas y que más desapercibida pasa, que no es otra que la ingente cantidad de papel con que diariamente nos llenan el buzón. Papel que provoca una desforestación directa, en cuya fabricación se han usado componentes contaminantes, y en cuya impresión se han gastado recursos inútilmente.

Todos sabemos de lo que hablamos: publicidad, tanto indiscriminada como discriminada -lo mismo da, no deseada en todo caso-, aderezada con unos cuantos extractos bancarios y otras cuantas facturas. Y por si no fuera bastante, además, las revistas “corporativas” o, en lenguaje llano, las revistas inútiles. Cada vez que abro el buzón y saco una de estas revistas, que irá en cuestión de minutos a la basura, me da la sensación de que en algún sitio acaban de talar un árbol más. Si al menos sirviera para algo…

Hago al lector dos propuestas: una primera es muy sencilla, y es dedicar un minuto a realizar un inventario mental de cuantas revistas inútiles recibe regularmente. Aseguro que este ejercicio provoca emociones fuertes o, al menos, asombrosas. Aquí va mi lista:

- Cada una de las Organizaciones No Gubernamentales a las que periódicamente abonamos una cuota, aunque sea mínima, nos premia con una revistita; algunas son mensuales, otras trimestrales. Si no cuento mal, en mi casa son cuatro organismos que claramente no merecen sus cuotas, ya que gastan una parte de ellas en algo tan inútil.
- El Colegio Profesional al que pertenezco por obligación legal tampoco se queda atrás. Después de años de debate entre los colegiados sobre la necesidad de financiar una revista no deseada, el equipo actual ha decidido… ¡crear otra revista más! Así que en vez de una nos manda dos periódicamente, a la que se añade una tercera desde el Consejo Superior de Colegios. Con las anteriores van ya siete.
- También pertenezco a una Mutua de Previsión profesional. ¡Cómo no iban a mandar también su propia revista! Y van ocho.
- Aunque parezca increíble, la empresa que fabrica mi coche también se siente obligada a mandarme su panfleto trimestral, con artículos apasionantes (“El correcto inflado del neumático, 2ª parte”). Ya hacen nueve.
- La Federación Española de Golf, deporte al que dedico más o menos tres o cuatro horas al año, y sólo para que el resto de jugadores de mi campo pueda nutrirse de todas las bolas que pierdo, también me manda su publicación; ésta es especialmente insufrible, por cierto, y a veces se duplica o triplica, al recibir ejemplares idénticos otros miembros de la unidad familiar.
- Pertenecemos a un club deportivo… ¿hace falta que diga que también tiene su publicación mensual? Van once.
- La Mutua donde tengo asegurado el coche… van doce.

No sigo, creo que la muestra basta, y si llego al siguiente número a alguien le puede sentar mal. Algún lector mal intencionado estará pensando que lo que pasa es que pertenezco a demasiadas cosas… me permito sugerir que uno está en el derecho de pertenecer a lo que quiera, y que no por ello tiene la obligación de convertir su casa en una sucursal de la sección de revistas-basura de la Hemeroteca Nacional.

Lo que hay que tener claro es que esta situación, multiplicada por todos los que somos, debe resultar en una cifra escandalosa de toneladas de papel desperdiciado día tras día. Añadamos publicidades varias, que también van a la basura (o al reciclado, lo mismo da) sin leer, las revistas que reparten en aviones y trenes, buzoneos, etc.

Mi segunda propuesta es obvia: respondamos a cada recepción con una carta al remitente expresando nuestro absoluto desinterés por su revista, y con la prohibición expresa de usar nuestros datos para estos envíos. Una labor simple y paciente, pero que en un par de meses puede conseguir un ahorro de recursos enorme. Podíamos llamar a esta postura “objeción editorial”. Vamos a ver si empezamos a ser combativos, que si esperamos a los de Kioto no vamos a tener árbol bajo el que echarnos una siesta… o leer revistas…

Un último mensaje a los escritores de los artículos de estas revistas: para literatura inútil, nada mejor que un blog, inodoro e incoloro. Valga éste como muestra.