jueves, 20 de mayo de 2010

UN ENIGMA DE LA ESGAE

Sorprende lo que da que hablar una organización teóricamente marginal como la Esgae, con probablemente menos socios que los que tuvo en su día mi añorado Club Don Miki -y me refiero a proporciones relativas-. Sobre todo con noticias de recaudaciones asombrosas: desde falsos invitados a bodas, cobros a compañías de teatro en nombre de Lope de Vega, cánones cobrados a adolescentes por andar tarareando con su móvil…

No quiero repetir asuntos ya muy sobados, ya que parece que todos somos de opiniones parecidas respecto a estos asuntillos, todos salvo quizá nuestros legisladores que, cada vez más, parecen vivir en una sociedad distinta a la del resto de ciudadanos (“la Ley es la Ley, no podemos saltárnosla o reírnos de ella, y si no nos gusta lo que hay que hacer es cambiarla”, defendía con razón Adam Bonner, pero sin decirnos cómo se cambia en una España como la nuestra, donde todos los poderes parecen estar al servicio de uno único).

Sin embargo sí me gustaría añadir al fuego una leña más, sólo una, y es una paradoja que me inquieta desde hace mucho. ¿Qué autores son los de esta sociedad? ¿Es realmente general? ¿Quién cobra al final de tanto lío? Me explicaré. Supongamos que en mi bar pincho música para deleite de mis clientes. Me toca, ya lo sabemos aunque no nos guste, pagar un dinerillo a la Esgae por este abuso de confianza. De ese montante, queremos creer que la mayor parte se reparte entre los autores; sería un consuelo, al menos. Bien, supongamos que lo que yo pincho en mi bar es música de mi adorado Dylan. Ello me procura negocio, es posible, porque a lo mejor se me forma una clientela habitual de iniciados en los vericuetos del rapsoda. Y la Esgae me cobra… ¿para pagarle, aunque sea una parte, a Dylan? ¿Se recompensa con justicia a este gran genio, autor tan trabajador o más que cualquier otro, exceptuando a Lola Flores?

Pues bien, parece que no es así. Parece que quien cobra del dinerillo comentado es el socio de la Esgae. Por ejemplo, Ramoncín (siento meterle aquí, en la misma paradoja que a Dylan, pero es que no sé de ningún otro socio, soy así de ignorante). ¿Qué sentido tiene esto? ¿Es mínimamente justo? ¿Que Ramoncín o cualquier otro se lucre del negocio generado con el trabajo ajeno, en este caso de mi adorado Dylan? ¿LE ESTÁIS QUITANDO EL PAN DE LA BOCA A MI ADORADO DYLAN?
Vamos aún más lejos. El otro día, en una boda y ya con la corbata en la cabeza, bailamos desenfrenadamente “Funky Town”. Nadie se acuerda de los autores de éste glorioso éxito de la música popular de hace treinta años. Yo sí, ya sabéis que tengo buena memoria para las nimiedades: se trata de un grupo que se hacía llamar Lips Inc. Si ya es difícil acordarse de algo así… ¿quién narices sabe cómo se llamaban sus componentes o por dónde andan? ¡A lo mejor a estas alturas se han hecho monjes! Supongo que lo justo sería que la Esgae, tras trincar el canon de la boda, aparte una pequeña parte para Lips Inc, localice a sus responsables -o en su caso al Abad de su monasterio- y les haga llegar los ínfimos derechos que les debe tocar, ante la mayúscula sorpresa de los destinatarios (“¿qué dices, que nos han llegado unos dólares desde España? ¿y en el remite figura un tal Teddy-qué? ¡Ah, Bautista… será un colega carmelita!”).

Una vez más, parece que la situación no se resuelve con justicia. Mucho me temo que de nuevo el que cobra es… el socio de la Esgae. Que de nuevo Ramoncín y el resto de socios se reparten inmisericordes el resultado del trabajo de ese simpático grupo que tantas alegrías nos ha procurado en las bodas. No entiendo nada de todo esto, la verdad. Sólo se me ocurre que exista un tratado internacional de reciprocidad, compensando a los “autores” de cada estado. Una Esgae norteamericana, por ejemplo, cobrando cánones cada vez que en un bar para iniciados, de culto, se intenta fidelizar a la clientela pinchando la obra completa de Ramoncín. O cobrando cánones por cada vez que se baila “El Rey del pollo frito” en una boda norteamericana. Ya sé lo que están pensando mi adorado Dylan y los simpáticos componentes de Lips Inc –si es que les dejan leer blogs en su monasterio-: ¡que se van a hinchar a ganar pasta!

Lo dicho, no entiendo nada. No seré moderno, o culto, o artista, o con la ceja picuda, o yo que sé. Pero si todo esto es justicia, que venga Teddy y nos lo explique, por favor. ¡Con lo que nos gustaba cuando hacía de Judas!

1 comentario:

  1. Cuánta sabiduría se despliega en este artículo!! Tienes razón, no me creo que el canon que yo pago por oir a Paul Simon vaya directamente a pagarle su casita en Connecticut, ¡ojalá!, ni tampoco me creo que, de lo que los neoyorkinos tributan, llegue algo porque hayan estado escuchando a Pereza, ¡gracias a Dios!

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