miércoles, 21 de enero de 2009

REFLEXIONES DE FOTOMATÓN

Una de las razones que convirtió la aparición de la fotografía en una auténtica revolución es el que ofreciera la posibilidad de dar a conocer el aspecto de personas distantes: hasta entonces, poca opción había de saber cómo era alguien de quien nos hablaban, salvo que éste tuviera suficiente dinero para que un pintor le hubiera retratado. La aparición del fotomatón puede considerarse a este respecto una segunda revolución; pero además, igualmente interesante, es el carácter casi metafísico que añade, presentando un testimonio de otra realidad a la que conseguimos transportarnos fugazmente, intentando atravesar ese misterioso cristal situado a un palmo de nuestra nariz… Estos expectantes niños de la izquierda ¿a qué ventana creen asomarse ó que esperan ver?¿O están ya viendo algo que a otros nos está negado, al haber matado con el crecimiento muchas de nuestras capacidades perceptivas, como en una reedición de los mitos de Machen?

Una amiga me contó esta curiosa anécdota: su madre, ya de cierta edad, necesitaba hacerse unas fotografías, por lo que acudió a un fotomatón. Volvió un buen rato después, sin resultado. “Por más dinero que he echado, allí no ha salido nada, debe ser que está rota”. Un par de días después, mi amiga pasó por delante del fotomatón y casualmente se dio cuenta de que en el cajetín de salida había hasta seis tiras de fotos de su madre, con variadas expresiones de disgusto y extrañeza. Parece ser que la señora no sabía que hay que esperar unos diez minutos en salir y secar, o bien ni siquiera sabía por dónde debían salir.

El ritual del fotomatón siempre ha oscilado entre lo sórdido -como todo lo que tiene carácter público- y lo fascinante -como todos los procesos que no alcanzamos a dominar-. Una vez cerrada la cortinilla, a pesar de estar a centímetros de la vía pública, la separación que se crea es suficiente para producirnos una claustrofóbica sensación de aislamiento. Ahora, cualquier cosa es posible. ¡Es el momento perfecto para que cualquier asesino realice su trabajo discretamente! Tras el divertido protocolo (hacer girar el asiento, buscar la coincidencia con la línea de los ojos, o con la silueta de perfil que se dibuja a la derecha), el resto del proceso pertenece al azar. La tensión que se crea hasta que se dispara el flash, siempre inoportuno, se une al suspense de esperar a que salga la tira mágica, agravado con la sensación de pudor que nos invade cuando alguien más está esperando (¿no produce un miedo atávico eso de compartir nuestra imagen con desconocidos?).
Aunque me da cierta vergüenza confesarlo, cultivo enfermizamente varios extraños “hobbies”, lo cual parece que es uno de los rasgos de una personalidad psicótica. Una de esas aficiones consiste precisamente en coleccionar retratos de fotomatón ajenos y desconocidos, piezas que he ido encontrando a lo largo de los años tiradas por la calle, fruto del despiste o el olvido, o a lo mejor de una rabieta de enamorados; fue un consuelo descubrir en “Amelie” que no estaba solo en esta afición. Las fotografías que ilustran este escrito son algunas de mis piezas; si alguien se ve retratado, por favor que me avise rápidamente… ¡podemos crear un momento realmente emocionante!.

Las fotos de mi colección que más me asombran -por su origen- son esas claramente antiguas, de personas que a lo mejor incluso nos han abandonado, en magnífico blanco y negro, con modas ya desaparecidas… ¿Qué hace una foto de anteayer en el suelo de la calle de hoy? ¿Habrá estado perdida desde entonces, preservada en algún recoveco?¿Quién ha llevado ese retrato encima tantos años, hasta que se le ha perdido cerca de mí?
Sin embargo, mis piezas favoritas son aquellas en las que la expresión del retratado trasciende del aire autista que es la tónica habitual. Un retrato pintado es o intenta ser siempre una traducción del carácter del retratado; dejando aparte la habilidad del pintor, hay que pensar en que el resultado final contendrá siempre una expresión “promedio” de muchas expresiones, al ser el producto de sesión tras sesión, día tras día, en las que el sujeto habrá posado con diferentes estados de ánimo, con diferentes matices, con la cabeza ocupada en diferentes asuntos. Con la fotografía de autor -o con autor- la situación no es así, ya que sólo existe una pose, un momento, una expresión. Si el autor es hábil, conseguirá captar precisamente una expresión definitoria del retratado o, al menos, definitoria en una situación concreta, incluso a través de forzar o motivar al modelo.

En el fotomatón, finalmente, la situación llega al extremo; no hay elección del momento o la expresión, ya que la máquina dispara sin pensar (¿seguro?) a un intervalo fijo desde que se introducen las monedas, y lo normal será obtener como resultado esa expresión vacía, en la que como máximo se traslucirá un deje nervioso por la sorpresa del flash tras los segundos de concentrada espera, y en la que luego difícilmente nos reconoceremos, como si fuera una máscara hecha de nuestro rostro, pero ausente de todo el resto de nuestro yo. El retrato de nuestra efigie en cera, en suma.
Esta es la razón de que aprecie especialmente las fotografías en las que el flash ha captado una expresión viva, y que por ello se convierten en piezas singulares. No serán definitorias del carácter del sujeto; a lo mejor el que sonríe es habitualmente serio, pero en ese momento ha esbozado una sonrisa por pura reacción nerviosa… ¡o porque un amigo que espera fuera la ha provocado! La mirada seductora puede haber sido un puro accidente, y la expresión desafiante ser sólo producto de la sorpresa. Pero es precisamente la inmediatez de la sensación lo que considero apasionante.

Una última categoría de la colección las suponen nuestras propias fotografías, nuestras o de nuestra gente, sobrantes de las tiras que a lo largo de la vida nos hemos hecho, y que por esos atavismos sobre la propia imagen que citaba (ojo también a la teoría de Gombrich que nos relaciona con el arte más primitivo) nos resistimos a tirar, a pesar de que en su momento ni siquiera nos reconocimos en ellas. Y sin embargo, ahí siguen, resistiendo a sucesivas limpiezas, y manteniendo intacta esa mágica característica: todo el mundo nos reconoce en ellas, a pesar de que nosotros a quien seguimos viendo es a un misterioso sosias. Para tirarlas, siempre habrá tiempo...
Hoy, los pocos fotomatones que quedan se han digitalizado; el sujeto puede elegir el disparo que más le guste entre varios, evitando las fotos de sorpresa y accidente. Pero es que además su pésima calidad, con rostros descompuestos en píxeles empastados, convierte cualquier retrato en una caricatura, ni siquiera una máscara. Adiós a la emoción.

OTRA COSA: En el Museo de Antropología de Madrid se puede ver hasta marzo una sugestiva exposición sobre las “madrasas” africanas, las escuelas coránicas donde con métodos pedagógicos muy distintos a los nuestros, se enseña a los niños a memorizar y reverenciar el Corán. Se trata de una serie de extraordinarias fotografías de Luis López “Gabú”, que se completa con “alluhas”, las tablas utilizadas como soporte de la escritura con cáñamo, y donde una y otra vez se borra y se escribe, volviéndose un objeto reverenciado por haber sido soporte de toda una vida de aprendizaje; si se rompe o parte, se cose con grapas, pero se seguirá usando e incluso será heredada por la siguiente generación. Si la tabla pertenece a un niño primerizo, se notará por su escritura con grandes caracteres, torpes y desordenados. Si es de un adolescente con varios años de aprendizaje a sus espaldas, nos asombrará la estética regularidad de su escritura, con caracteres pequeños y seguros.
Ya tenéis plan para el domingo por la mañana; será una visita también interesante para los niños, que se sorprenderán del contraste con sus colegios y sus cuadernos, y que disfrutarán además con las maquetas y piezas de la colección permanente de este exquisito museo.

sábado, 10 de enero de 2009

EL DIABLO EXISTE… ¡Y VIVE EN DUBAI!

La mayor ventaja de vivir en la Era de la Estupidez (¿hace falta justificar este nombre) es la diversión que nos procura, una vez que nos reponemos de sus sorpresas continuas. El hecho de que la ciudad que ahora se intente poner de moda -con resultados parece que satisfactorios- a todos los niveles (finanzas, arquitectura, turismo,…) sea precisamente Dubai produce un pasmo tal que sólo dos explicaciones son posibles: o nuestra civilización ha tocado techo y hemos llegado al máximo de estupidez posible, o es la prueba palpable de que Lucifer existe, y cumpliendo sus objetivos de corromper al inteligentísimo ser humano, ha sentado sus reales en este epicentro de la decadencia dispuesto a convertirla en la nueva capital del mundo. Da igual que nos inclinemos por una u otra razón, esta nueva Torre de Babel sólo podrá ser barrida del mapa con un nuevo diluvio, dado que el problema idiomático sigue vigente y ya no resultaría una solución. Así que cuando todos los corrompidos vean pasar bajo sus ventanas una fila de animales emparejados… ¡que se vayan comprando un salvavidas!

Dubai es uno de los Emiratos Árabes que forman esa curiosa unión de desiertos enriquecidos por el azar al contar en su subsuelo con una sustancia sucia y pegajosa que sin embargo es muy cotizada. La mayor parte de su población son extranjeros, que no tienen posibilidad alguna de nacionalizarse ni a medio ni a largo plazo, así como sus hijos tampoco adquieren ese derecho aunque nazcan allí. Se trata de mano de obra barata a la que se impide el acceso a la riqueza del país, pese a su colaboración real y continua en el progreso del mismo. Trabajan en condiciones deplorables, e incluso se les dificulta la vuelta a sus lugares de origen al serles requisados los pasaportes según entran en el emirato (véase, por ejemplo, el interesante informe http://www.npr.org/templates/story/story.php?storyId=5250718
). Gracias a todo esto, la minoría nativa puede dedicar todo su tiempo al deporte nacional: consumir y gastar, no importa en qué.

Pero el objeto de este artículo no es de dónde viene esta fortuna, sino precisamente en qué se gasta. Y el Emirato de Dubai ha decidido despilfarrarla en crear una ciudad en la Nada; es de suponer que si le hubiera costado esfuerzo ganarla, se lo hubiera pensado dos veces. La definición del lugar como la Nada no es gratuita: se trata de un desierto con todas las de la ley, un sitio donde la temperatura media a la sombra es de 50ºC. Si cualquiera de los grandes urbanistas de la historia levantara la cabeza y viera de qué han servido sus enseñanzas se volvía al catafalco de inmediato. Nadie, aplicando parámetros de elemental comprensión, elegiría este lugar para crear una macrourbe. Hasta los polos se antojan más favorables…

Sin embargo, los medios informativos no escatiman espacio ni tiempo en airear todas las maravillas de esta nueva Babilonia. Por internet, esos seres plomizos que tienen como "hobby" la producción y envío masivo de interminables presentaciones de “powerpoint” adjuntan a sus correos una y otra vez reportajes de Dubai, como si fuera la suprema maravilla del mundo. El ciudadano medio se pasma y queda boquiabierto ante la contemplación de tanto lujo y boato.

Y no sólo él: las revistas especializadas se enorgullecen en publicitar esta arquitectura de feria, que supone el triunfo del estilo “exposición universal”. Lo q
ue en otros tiempos tenía un carácter experimental, ahora nace ya consolidado, y todo el “star system” se pega por ver quién construye el edifico más imposible, más caro, con distribución más complicada, con mayor coste de mantenimiento y gasto energético más prohibitivo… La larga tradición de manuales y tratados de arquitectura traicionada por el ansia de figuración. También los grandes maestros de la arquitectura se volverían a la tumba si vieran esto.

El nuevo turismo de pacotilla, hastiado de coleccionar pegatinas de los sitios por donde pasa (y no permanece más de un par de horas, salvo que haya un Starbuck Coffe donde comer como en casa), ha convertido además en un “must” este disparate, y en los foros de mayor nivel no eres nadie si no te has dado una vuelta por aquí. No olvidemos que en este paraíso las playas se usan de noche, ya de día se corre un riesgo cierto de ser fulminado por el sol. ¿Qué interés puede tener un sitio así?

Entre otras lindezas, aquí
encontramos un hotel submarino, réplicas de la torre Eiffel o de las pirámides de Gizeh (eso sí, siempre a tamaño mayor que el original), e incluso una pista de esquí cubierta. Arroyomolinos no era nada comparado con esto… ¿Qué coste energético tiene el que los simpáticos jeques y sus harenes hagan patochadas en la nieve? ¿Qué gasto supone una ciudad construida en vidrio y muros-cortina –ese pernicioso invento- en un desierto? ¿Alguien ha sacado la cuenta de los kilovatios que se necesitan para climatizar todo esto? ¿De dónde se saca el agua en un desierto para alimentar a una ciudad entera donde no se escatima tampoco en fuentes, juegos acuáticos o riegos?

Es increíble que mientras países enteros empiezan, en un gesto de cordura sin par, a movilizarse y hacer campaña por un crecimiento sostenible, por un uso racional de los recursos energéticos, por el consumo inteligente, a otros países se les permita derrochar sin fin para satisfacer los caprichos más absurdos. Y lo que ya resulta un auténtico chiste es que una de las actividades más publicitadas de esta ciudad sea un congreso anual e internacional de… ¡expertos medioambientales! Absolutamente cierto. Personalmente, me voy a dejar mis luces encendidas y el grifo abierto sin ningún pudor. Si Dubai puede, mi casa también puede.

Occidente entero celebra esta ceremonia de la estupidez, y se rinde alegremente a los excesos y derroches de una cultura cuyos jueces hace poco negaban el divorcio a una niña de ocho años por no tener uso de razón para ejercer tal derecho (por lo visto para su matrimonio no fueron tan estrictos). Hasta tal punto es así, que Madrid y Barcelona ya son ciudades hermanadas con Dubai, que muchos trabajadores españoles y europeos de todos los niveles se dejan comprar por los jeques para trabajar allí, y que nuestras empresas consideran que existe oportunidad de negocio y trasladan allí inversiones que deberían estar haciendo aquí, sobre todo con los tiempos que corren.

Creo que todo lo anterior es sin embargo, soportable. Lo que de verdad me resulta imperdonable y
cercano a un delito contra la humanidad, es que todo lo que se está haciendo allí a altísimo coste sea tan nauseabundo y hortera. Islas con forma de palmera o de continentes… como si fueran esos panes o pasteles con forma de animales que hacen las panaderías como reclamo de escaparate. ¿Quién es el idiota que quiere tener una casa en un reclamo de escaparate? (Respuesta: el mismo capaz de pagar un dineral por hacer publicidad a alguna casa de lujo, llevando un logotipo enorme sobre su ropa). Pues se están vendiendo todas, y a precios exorbitados, por supuesto. ¿Porqué no una casa con forma de zapato, como la de Pulgarcito? La colección de edificios de formas de pesadilla, más propios de un parque temático, con un estilo “modernillo-sin-causa” (que tanto éxito está teniendo también en nuestras capitales de provincia) resulta una auténtica indigestión. El triunfo del mal gusto elevado al cubo.

Lo dicho, sólo un nuevo diluvio nos puede salvar. Si no, podemos ir esperando la expansión de la estupidez a velocidad de vértigo. El Islam ataca de nuevo, pero ya no es el que construyó Córdoba o Granada.

MÁS COSAS: Como sabemos, en las fuentes del derecho de todos los países civilizados se encuentra un principio básico de la regulación de la propiedad, por el cual las riquezas existentes bajo tierra no pertenecen al propietario de la superficie, sino a la colectividad, es decir, al Estado, que regulará su aprovechamiento en beneficio de todos. A estas alturas de la Historia, en un planeta ya –tristemente- globalizado, ese criterio inicialmente estatal debería extenderse inexcusablemente a las fronteras del nuevo escenario económico… es decir, a todo el globo. Dicho de otro modo, puesto que la economía ya es global, no se entiende por qué la riqueza del subsuelo no nos pertenece a todos los ciudadanos del mundo con independencia de las coordenadas geográficas donde se localicen, como hasta ahora pertenecían a todos los habitantes de cada país. Máxime cuando no hablamos de algo caprichoso (oro y plata) sino de una materia supuestamente imprescindible en nuestro desarrollo, como el petróleo. ¿O es que la Alianza de Civilizaciones sólo sirve para financiar ciclos de cine árabe?