martes, 13 de abril de 2010

CARTA ABIERTA A DON JOSEP FONTÁN

Estimado Pep:

Me perdonarás que te tutee, pero a estas alturas nos hemos cruzado ya tantas cartas… más que con cualquiera de mis íntimos, puedes estar seguro. Te contesto con ésta a la última tuya que, debo confesarlo, me ha producido una cierta desazón. ¿Seguro que pese a llevar tu firma no la ha escrito algún subordinado tuyo? ¿Puede ser que su contenido y redacción no sea fruto de tu creatividad y esfuerzo?

Lo digo porque parece que seguimos erre que erre, y esta ausencia de diálogo me inquieta. ¿No leíste mi anterior misiva o, casi peor, no la encontraste motivada? Creo que en ella dejaba muy claro el porqué de ese supuesto exceso de velocidad con el que tan machaconamente me afeas: siete kilómetros por hora más de lo permitido, que no son más que unos pocos milímetros de desviación de la aguja de mi velocímetro (te recuerdo que mi coche es muy bueno).

Si en vez de ir atento a la circulación llevara fija la vista en esa aguja, vigilando esos milímetros de más o de menos, entendería el tono de tus cartas, que me hacen comparable a un genocida sin escrúpulos, a un genio del mal. Pero siete kilómetros por hora… ¿cómo puedes estar tan seguro? Los científicos debaten sobre la relatividad de las magnitudes de la física… ¡y tú tienes suficiente certeza de esos siete kilómetros por hora como para acusar a un semejante! ¿Por qué te fías tanto del cacharro ese que tienes escondido? (¡Qué feo es eso de esconder cacharros, por cierto, en vez de velar por nuestra seguridad en carretera!).

Por dos veces te he enviado, sin embargo, una explicación del porqué de ese supuesto exceso, y por dos veces me has contestado ignorando mis alegaciones. Insistes en que mi pecado es imperdonable porque se me ha reclamado en plazo, siguiendo estrictamente un oscuro procedimiento legal, y fiándote del cacharro ese que ha sido revisado por unos amigos tuyos. ¿Es eso lo que importa para hacer justicia? ¿Los plazos, los procedimientos, y la opinión de una máquina? ¿Es que puedo acuchillar al cartero que me trae tus cartas, y si no se me reclama en plazo no seré un asesino? Ni siquiera te has molestado en leer mis explicaciones. Empiezo a entender que tu carta no es tuya… es de una máquina, amiga íntima de esa otra que escondiste en la carretera.

Sospecho que tu puesto de Director de Tráfico es solo una tapadera. A lo peor, sólo te toca comprar y esconder máquinas, y refrendar con tu firma las opiniones que éstas tengan, desprovistas de todo sentido común, gobernadas únicamente por un velocímetro y un calendario. A lo peor, son las máquinas las que han tomado el mando, y dirigen el tráfico desde sus torpes combinaciones de ceros y unos, desde programaciones que ya nadie se acuerda de quién hizo ni con qué parámetros.

No voy a extenderme más en este triste asunto. Sólo me resta por decir que no acepto tu insultante oferta de que pague con un descuento… Si estuvieras seguro de que merezco el lacerante castigo de una multa, no me ofrecerías una rebaja. No, no voy a pagar voluntariamente. Con el ejemplo del gran Mr. Pickwick, que prefirió dar con su gran humanidad en la cárcel antes que reconocer una causa injusta, te obligaré a rastrear hasta que encuentres de donde embargarme (¡y te va a costar!). Ni siquiera que me arrebates mis puntos del carné -¡mi posesión más preciada, que guardaba para vender cuando la crisis se hiciera insostenible!- me hará flaquear.

Sólo una cosa te ruego: dile a tus máquinas que no me persigan más. Ya sabes lo que dice el chiste: que o me pone la multa o me echa la bronca, pero las dos cosas juntas, no. Ya me has puesto la multa… Así que un poquito de por favor…