martes, 12 de enero de 2010

DE REVISTAS Y ÁRBOLES

No creo que el Apocalipsis haya llegado todavía, ya que si no recuerdo mal éste se iniciaba con la apertura del Séptimo Sello y mal que le pese a Bergman, esto no debe haber pasado aún. Lo digo porque imagino que cuando realmente suceda (y cada vez que veo “Sálvame” estoy convencido de que sucederá), irá acompañado de un importante aparato publicitario. Digo todo esto porque no creo que la corriente catastrofista que desde un sector supuestamente verde nos amenaza alternativamente -según el clima del día- con glaciaciones o desertizaciones deba preocuparnos en exceso.

Ello no quiere decir que no me preocupe el evidente proceso de degradación de nuestro entorno, ya que lo que sí está claro es que está redundando desde hace mucho en un progresivo deterioro de nuestra calidad de vida. Lo asombroso es que si bien algunas de nuestras malas prácticas al respecto al menos tienen alguna razón de utilidad, otras en cambio son fruto directo de esta Era de la Estupidez en que nos ha tocado vivir. Un ejemplo inmediato es la fiebre de vocaciones de camionero que se ha despertado en una importante parte de la población que opta por desplazarse en vehículos muy parecidos a los de la División Panzer.

Podemos mandar miles de correos a Kioto o a Copenhague, pero realmente, deberíamos empezar por simples y cotidianos gestos. Y de entre todas estas causas a erradicar, brilla con luz propia una de las más perniciosas y que más desapercibida pasa, que no es otra que la ingente cantidad de papel con que diariamente nos llenan el buzón. Papel que provoca una desforestación directa, en cuya fabricación se han usado componentes contaminantes, y en cuya impresión se han gastado recursos inútilmente.

Todos sabemos de lo que hablamos: publicidad, tanto indiscriminada como discriminada -lo mismo da, no deseada en todo caso-, aderezada con unos cuantos extractos bancarios y otras cuantas facturas. Y por si no fuera bastante, además, las revistas “corporativas” o, en lenguaje llano, las revistas inútiles. Cada vez que abro el buzón y saco una de estas revistas, que irá en cuestión de minutos a la basura, me da la sensación de que en algún sitio acaban de talar un árbol más. Si al menos sirviera para algo…

Hago al lector dos propuestas: una primera es muy sencilla, y es dedicar un minuto a realizar un inventario mental de cuantas revistas inútiles recibe regularmente. Aseguro que este ejercicio provoca emociones fuertes o, al menos, asombrosas. Aquí va mi lista:

- Cada una de las Organizaciones No Gubernamentales a las que periódicamente abonamos una cuota, aunque sea mínima, nos premia con una revistita; algunas son mensuales, otras trimestrales. Si no cuento mal, en mi casa son cuatro organismos que claramente no merecen sus cuotas, ya que gastan una parte de ellas en algo tan inútil.
- El Colegio Profesional al que pertenezco por obligación legal tampoco se queda atrás. Después de años de debate entre los colegiados sobre la necesidad de financiar una revista no deseada, el equipo actual ha decidido… ¡crear otra revista más! Así que en vez de una nos manda dos periódicamente, a la que se añade una tercera desde el Consejo Superior de Colegios. Con las anteriores van ya siete.
- También pertenezco a una Mutua de Previsión profesional. ¡Cómo no iban a mandar también su propia revista! Y van ocho.
- Aunque parezca increíble, la empresa que fabrica mi coche también se siente obligada a mandarme su panfleto trimestral, con artículos apasionantes (“El correcto inflado del neumático, 2ª parte”). Ya hacen nueve.
- La Federación Española de Golf, deporte al que dedico más o menos tres o cuatro horas al año, y sólo para que el resto de jugadores de mi campo pueda nutrirse de todas las bolas que pierdo, también me manda su publicación; ésta es especialmente insufrible, por cierto, y a veces se duplica o triplica, al recibir ejemplares idénticos otros miembros de la unidad familiar.
- Pertenecemos a un club deportivo… ¿hace falta que diga que también tiene su publicación mensual? Van once.
- La Mutua donde tengo asegurado el coche… van doce.

No sigo, creo que la muestra basta, y si llego al siguiente número a alguien le puede sentar mal. Algún lector mal intencionado estará pensando que lo que pasa es que pertenezco a demasiadas cosas… me permito sugerir que uno está en el derecho de pertenecer a lo que quiera, y que no por ello tiene la obligación de convertir su casa en una sucursal de la sección de revistas-basura de la Hemeroteca Nacional.

Lo que hay que tener claro es que esta situación, multiplicada por todos los que somos, debe resultar en una cifra escandalosa de toneladas de papel desperdiciado día tras día. Añadamos publicidades varias, que también van a la basura (o al reciclado, lo mismo da) sin leer, las revistas que reparten en aviones y trenes, buzoneos, etc.

Mi segunda propuesta es obvia: respondamos a cada recepción con una carta al remitente expresando nuestro absoluto desinterés por su revista, y con la prohibición expresa de usar nuestros datos para estos envíos. Una labor simple y paciente, pero que en un par de meses puede conseguir un ahorro de recursos enorme. Podíamos llamar a esta postura “objeción editorial”. Vamos a ver si empezamos a ser combativos, que si esperamos a los de Kioto no vamos a tener árbol bajo el que echarnos una siesta… o leer revistas…

Un último mensaje a los escritores de los artículos de estas revistas: para literatura inútil, nada mejor que un blog, inodoro e incoloro. Valga éste como muestra.