jueves, 11 de octubre de 2012

TOCANDO FONDO

Al final de la película Chinatown (Polanski, 1974), el Detective, asqueado de la maldad del Millonario, le pregunta si tiene un millón de dólares. El millonario contesta “por supuesto”, a lo que el detective repone, “¿y qué hay que no puedas comprar con un millón de dólares?”. Dicho de otro modo, a muchos nos asombra que gente que ya puede tener mucho más de lo que necesita, que tiene todo lo que quiere, no tenga freno en su codicia. Y aún nos asombra más que, como escribe Sabato, no les machaque la vergüenza de que esa falta de freno provoque la ruina, el desahucio y el hambre de tantos de sus semejantes.

Porque por mucho que se teorice acerca de cómo están las cosas no podemos olvidar el fondo de la cuestión: unos pocos se están haciendo con todo lo que tiene el resto, generando una situación de desigualdad que no se conocía desde hace lustros. La cantidad de riqueza es probablemente constante, así que si cada vez la mayoría estamos peor es porque una minoría está engordando salvajemente (ojo, cebándose para la matanza, dicen en el evangelio…).

En la posguerra europea, la tecnología se convirtió en la gran esperanza del nuevo orden. Disney filmaba, optimista, “Nuestro amigo el átomo”, empezaba la carrera espacial, y en todos los foros se saludaba a la robótica como la que liberaría al hombre de la pesada carga del trabajo. El Empresario, que llevaba años con unas ganancias más que suficientes para colmar sus aspiraciones y para repartir algo de riqueza entre sus empleados, empezó a mecanizar parte de la producción.

Pero curiosamente, el Empresario no lo aprovechó para que sus empleados ganaran algo de tiempo al día y se fueran antes a casa, a disfrutar de la familia, a estudiar, a cultivarse, a progresar como personas, creando de verdad una Nueva Sociedad… No, como todos sabemos, la mecanización se aprovechó de inmediato en la rebaja de costes, es decir, en el despido de todos aquellos empleados a los que el robot podía sustituir. ¿Por qué, si el Empresario, como hemos dicho, ya tenía sus aspiraciones colmadas? ¿De dónde surge esa terrible avaricia en personas cuya vida ya está llena de lo superfluo, y lo necesario está más que asegurado? ¿Qué hay que no se pueda comprar con un millón de dólares?

Y con el tiempo, la situación no ha hecho más que agravarse. En el siguiente paso, el Empresario ya no pinta gran cosa, sino que detrás tiene al Accionista y éste ya resulta la codicia en la sombra, sin remordimiento alguno por la exigencia de beneficios a cualquier precio al no existir contacto entre él y el vecino al que se despide y condena a la miseria.

Y en este punto no seamos hipócritas: cualquiera que tenga una pequeña inversión, una participación en un fondo, o compre de vez en cuando en una multinacional o en una tienda de chinos, se ha convertido en parte del problema. Se ha convertido en el que detrás de la cadena, en la oscuridad, exige dividendos y beneficios, rebajas y descuentos, sin pensar por un segundo de dónde van a salir. Hemos tocado fondo, por desgracia.

(Puede que como escribe, de nuevo, Sabato, no haya solución; puede que no nos quede otra que resistir, aun sabiendo que hemos perdido).

viernes, 20 de julio de 2012

HACIA EL COLAPSO

No sé si este será el último post de este blog, ya que desde hace unos meses, cada vez que voy a colgar uno, montones de mensajes me amenazan por usar un navegador en vez de otro; es posible que dentro de poco ni siquiera pueda operar en esta web.
Estos mensajes empiezan a ser ya habituales en gran parte de la red; hay una web que incluso me dice que si navego con mi actual programa, será “bajo mi responsabilidad”… no sé qué daño puedo provocar por no pasarme el día actualizando programas o entrando en guerras comerciales que no van conmigo.
Cuando quiero ver una película en mi actual TV me he encontrado también que pese a usar siempre el formato AVI, en unos casos es compatible y en otros no, o al menos eso me dice la pantalla. Vamos, que hay AVIs y AVIs. ¿No es el mismo tipo de archivo? Parece que casi que sí, pero no del todo, ya que hay diferentes “encapsulados” (sic), pero no hay manera de detectarlo a priori. Caramba, o estudio una ingeniería o me aguanto y aplico prueba y error eternamente.
Tenemos en casa cuatro ordenadores, y ya nos hemos acostumbrado a que con cada uno se puedan hacer unas cosas u otras ya que, según el sistema operativo, los programas corren bien en unos sí y en otros no. Ay, siempre hace falta actualizar algún java, algún driver, algún tócame-los-c.
Ni siquiera los PDFs son ya universales… ojito a desde qué versión de programa se han generado, que también hay clases en el mundo informático (faltaría más).
Esta tendencia hacia la incomunicación digital -expresión contra natura- es cada vez más acusada y sospecho que irá in crescendo hasta llegar a la absoluta incompatibilidad entre sistemas, obligando al usuario a decantarse por unos u otros.
Se acabó el sueño de universalidad que nos trajeron los bytes y que demostraban la estupidez de la batalla VHS versus Betamax, las zonas geográficas del DVD o los enchufes de tres pinchos. Ese símbolo del entendimiento entre los pueblos que era el USB agoniza… (por cierto, ya no sólo hay un tamaño, por lo menos van por cuatro que yo sepa) ¿Es que la dictadura del Ipod no ha creado dos bandos? O eres de Apple o eres del mundo libre.
¡Ay, la codicia lo mata todo! “Enséñame la pasta”, decía el futbolista de la película, sin darse cuenta de que anteponer esa frase a los goles era lo que precisamente le estaba dejando sin pasta. En otras palabras, la avaricia romperá el saco… después de volvernos incompatibles a todos.

lunes, 30 de abril de 2012

CONOZCO MIS DERECHOS

O tempora, o mores…
Un hecho irrebatible es que a todos nos sienta como un tiro, aunque sea momentáneamente, que cuando viajamos en avión el sujeto de delante nos baje el respaldo antes de decir esta boca es mía. El que diga lo contrario miente. Al fin y al cabo, se trata de una invasión de un espacio cada vez más escaso…
Y sin embargo, es una multitud la que olvida eso de “no hagas lo que no te gusta que te hagan” y baja el respaldo hasta antes de sentarse, aunque luego se vayan al aseo, aunque sea para comer o leer con la espalda inclinada hacia adelante y llegar a la mesita. Por supuesto, esta gente molesta sabe perfectamente que la compañía aérea le otorga ese derecho a irritar a su vecino trasero, y por tanto, lo hace valer a toda costa.
En los autobuses urbanos de Madrid hace ya tiempo que existe un espacio reservado para carritos de bebés, una loable iniciativa. Al menos en principio. Porque en cuanto una madre belicosa sube al vehículo, le falta tiempo para arrollar todo lo que se cruza en su camino -generalmente, pasajeros- con el carrito de marras, hasta ocupar ese espacio que exige con expresión furibunda, como si su bebé, ajeno a todo esto, estuviera siendo puesto en peligro por un complot de insolidarios bereberes. Pero claro, es que es su derecho, de acuerdo al reglamento de la compañía de transportes.
Como estos podemos citar todos los ejemplos que queramos. Infinidad de situaciones en las que prevalece un derecho (muchas veces de dudoso fundamento, por cierto) sobre la más mínima educación, y sobre unas normas básicas de convivencia que deberían estar muy por encima de cualquier reglamento.
Porque desgraciadamente, es muy raro que en ninguna de esas situaciones se oiga al del derecho decir “por favor”, “¿le importa si…?” o “gracias”. Algo tan estúpido como un derecho reglamentario otorga a un amplio grupo de hotentotes la patente de corso para pisar a los demás, quizá porque es el único momento del día en que pueden darse importancia. Como en las películas, reclaman “¡conozco mis derechos!” y aprovechan la ocasión para tocar un poquito los c… al respetable.
Mucho me temo que en este país del buen rollo y el talante llevamos tantos años sacralizando derechos y despreciando deberes que hemos olvidado que con una elemental educación nos ahorramos muchos reglamentos. Y hasta la mayor parte de las leyes, si me apuran. Lo dicho, o tempora

martes, 3 de abril de 2012

LOS QUE SE HAN IDO

Me gusta poco la política, pero una menos que otra. La hay especialmente perniciosa y dañina, y tenemos buen ejemplo en la que se acaba de ir. A lo mejor soy injusto hablando genéricamente. A lo mejor debería hablar de personas concretas, de absolutos incompetentes rebosantes de fatuidad, absurdos ignorantes a los que alguien ha puesto cuota de poder en las manos y se han creído que les venía por sus méritos y no precisamente porque su estupidez garantizaba ciega lealtad e incapacidad de hacer sombra.

Estos personajes han estado muy ocupados en infiltrar sus infaustas ideas -¿se las puede llamar así?- en las estructuras más sólidas de la sociedad. Y así, no les ha dado tiempo para dedicarse al trabajo para el que todos les hemos pagado magníficamente. Esta perversión, mes tras mes, año tras año, nos ha dejado un país que no hay quien lo levante. Porque mucho peor que la maltrecha economía es el absoluto descrédito conseguido en nuestras más venerables instituciones. Aquí ni puede haber un New Deal ni un Kennedy que nos pida hacer algo por nuestro país. Menudas risas nos íbamos a echar.

La terrible herencia de estos comediantes que ya se han ido a sus retiros dorados -pagados por los mismos a los que han estafado- es precisamente que ya nadie confíe en nada que huela a Público. ¿Y cómo no, si no ha habido institución en la que no hayan metido la nariz para soltar alguna patochada o colocar al frente a un amiguete iluminado? Esto explica que antiquísimos y venerables tribunales, tradicionalmente presididos por un sabio anciano, de pronto cayeran bajo la tutela de una veinteañera autosuficiente.

Sólo un milagro hará que la clase política vuelva a tener crédito. Pero ya tampoco podemos confiar en la Real Academia de la Lengua, porque son las “miembras” las que nos van a enseñar a hablar y no los eruditos que allí se sientan. Ni en la de la Historia, ya que se ha permitido que cualquier analfabeto critique el trabajo de nuestros mejores historiadores. ¿Y qué decir de la Dirección General de Tráfico? Pues que sus señales de circulación son tan fácilmente manipulables -basta una pegatina- que ya nunca pensaremos que su utilidad es el prudente gobierno de automóvil. Tampoco la esfera judicial es de fiar: sólo hay que acatar las sentencias que nos convengan, que para las otras ya tenemos a varios faranduleros manifestándose, expertos ellos en leyes y justicia.

¿Puede la Universidad tener algún prestigio, si se regalan Doctorados a los últimos de la clase, menospreciando a los que lo obtienen tras años de duro trabajo? Hasta los programas de estudio se han llenado de dudosa ideología: miren si no el de Filología de la UNED, donde la liberación femenina tiene más peso que el valor literario; encontrarán asignaturas enteras de doctrina pura (ya que tenemos literatura y género, ¿porqué no literatura y raza, literatura y edad, literatura y religión, literatura y barrio, literatura y club de fútbol,…?).

Y que no se nos pidan ganas de cumplir con el fisco, que el baile de deducciones arriba y abajo, y ahora me la devuelves, y a quien subvencioné ahora se lo cobro, y donde dije digo ahora es Diego, nos ha provocado auténtica alergia a la Agencia Tributaria. Por no hablar de la ausente estabilidad en un marco legislativo que inspire confianza en los inversores. Si cada vez que se anuncia una medida se desmiente al día siguiente, y cuando nos descuidamos nos aprueban un decreto-ley más funesto que el anterior… no esperemos atraer así más que trapicheos de gasolinera.
Como diría Haddock, menuda sed me da todo esto… y no de agua, precisamente. A ver si para el próximo post estoy más optimista, que vaya racha llevo.

domingo, 29 de enero de 2012

EL FUTURO NO ES CHINO

A principios de los 80 el futuro era Alemania. Todavía me río de algunos amigos que se dedicaron a las arduas declinaciones germánicas y no consiguieron pasar de dar los buenos días y saberse los días de la semana. De pronto el panorama dio un vuelco y lo imprescindible era saber japonés; aquel que lo consiguiera iba a tener la vida resuelta. Sin comentarios. Luego cayó el muro, y entonces no eras nadie si no estabas estudiando ruso. Ya no sé si fue antes o después, pero también el árabe se iba a comer el mundo; creo por cierto que Dubai tiene ahora tanto futuro como la ciudad del Pocero. Y no hace mucho Brasil era un país emergente, y… bueno, más idiomas y más clarividentes rebuznando.


Cuento todo esto porque en el colegio de mi hijo están ofertando como idioma complementario el chino. No sé qué chino, la verdad, porque creo que hay varios tipos (mandarín, cantonés, y no sé cuál más) y que se parecen tanto entre sí como el finlandés y el zulú. Para mayor asombro, parece que hay alumnos que han picado y dedican su tiempo a pronunciar fonemas imposibles.
Ya sé que lo que voy a argumentar contradice la aparente realidad, pero también creo que el día que la mayoría acierte será un buen momento para cambiar de planeta. Porque francamente, creo que el futuro será cualquiera menos chino. Ya sé que son muchos, que se han hecho con la fabricación de casi todo, que van por el mundo comiéndose la banca… Incluso sabemos que en un ejercicio de papanatismo aquí se les presta un trato de favor que ya quisieran muchas empresas nativas.


En primer lugar, creo que el mundo entero está hasta el gorro de chapuzas. Si con el pasado derroche nos daba igual que algo recién comprado se rompiera en un par de días y sin posibilidad alguna de arreglarse, hoy ya no es así. La nueva coyuntura nos obliga a mirar bien lo que gastamos, y empezamos a preferir calidad aunque sea pagando más, sobre todo porque el concepto de amortización es mucho más importante que el de gasto. Es decir, que prefiero comprarme algo bueno y que me dé buen servicio, que treinta cosas miserables. Llega la era de la calidad frente a la de la cantidad.
Parece que también hay algo de farol en las grandes corporaciones chinas; en más de un sitio se les ha puesto la alfombra roja porque llegaban como salvadores y en el último momento se han retirado sin decir esta boca es mía… que pregunten en NH qué tal les ha sentado la reciente espantada de los que iban a ser sus nuevos socios. ¿Cuál es al final el gigante chino, una extensa red de tiendas de parecido olor y productos imposibles? Además, el mundo se está haciendo más pequeño, como dice un reciente libro; ¿puede ser que la energía esté subiendo tanto que a medio plazo los costes de transporte acaben comiéndose el ahorro de fabricación?
Aún más importante que todo lo anterior es saber que sus bajos precios tienen una base execrable, y es que los sustentan condiciones de semiesclavitud. No podemos vanagloriarnos de nuestros avances sociales y estar a la vez sosteniendo un régimen donde los principios más básicos no existen. Cada vez que compramos algo a bajo precio, es muy probable que al final de la cadena haya alguien trabajando en condiciones lamentables; pensadlo la próxima vez que en la etiqueta ponga “made in china”.
Ese bajo coste de fabricación tiene por otro lado consecuencias medioambientales enormes, ya que también se deriva de evitar medidas frente a la contaminación de origen industrial; las urbes chinas empiezan a ser focos de insalubridad cuya influencia puede ser de escala planetaria.
Y finalmente… China es un país invasor de tierra sagrada, que ha ocupado el Tíbet injustamente y ha desplegado allí un régimen de terror genocida. Suficiente razón como para que Occidente les retire el saludo. No podemos vivir con una doble moral. China mismo es un hervidero; me cuenta un conocedor que existen tantas tensiones internas que en cuanto el régimen se relaje -lo cual es inevitable… el capitalismo rojo es insostenible- va a dejar a la antigua Yugoslavia a la altura del betún. ¿Será por esto que están siempre enfadados?


Es paradójico que con nuestro dinero estemos perpetuando todo aquello que nuestra sociedad ya ha superado; todos los valores conquistados en Occidente son hipócritamente traicionados en aras de una economía consumista. A lo mejor habría que cambiar el título de este post; realmente, no sé si el futuro será o no chino… más bien habría que decir que EL FUTURO NO DEBE SER CHINO.