martes, 3 de abril de 2012

LOS QUE SE HAN IDO

Me gusta poco la política, pero una menos que otra. La hay especialmente perniciosa y dañina, y tenemos buen ejemplo en la que se acaba de ir. A lo mejor soy injusto hablando genéricamente. A lo mejor debería hablar de personas concretas, de absolutos incompetentes rebosantes de fatuidad, absurdos ignorantes a los que alguien ha puesto cuota de poder en las manos y se han creído que les venía por sus méritos y no precisamente porque su estupidez garantizaba ciega lealtad e incapacidad de hacer sombra.

Estos personajes han estado muy ocupados en infiltrar sus infaustas ideas -¿se las puede llamar así?- en las estructuras más sólidas de la sociedad. Y así, no les ha dado tiempo para dedicarse al trabajo para el que todos les hemos pagado magníficamente. Esta perversión, mes tras mes, año tras año, nos ha dejado un país que no hay quien lo levante. Porque mucho peor que la maltrecha economía es el absoluto descrédito conseguido en nuestras más venerables instituciones. Aquí ni puede haber un New Deal ni un Kennedy que nos pida hacer algo por nuestro país. Menudas risas nos íbamos a echar.

La terrible herencia de estos comediantes que ya se han ido a sus retiros dorados -pagados por los mismos a los que han estafado- es precisamente que ya nadie confíe en nada que huela a Público. ¿Y cómo no, si no ha habido institución en la que no hayan metido la nariz para soltar alguna patochada o colocar al frente a un amiguete iluminado? Esto explica que antiquísimos y venerables tribunales, tradicionalmente presididos por un sabio anciano, de pronto cayeran bajo la tutela de una veinteañera autosuficiente.

Sólo un milagro hará que la clase política vuelva a tener crédito. Pero ya tampoco podemos confiar en la Real Academia de la Lengua, porque son las “miembras” las que nos van a enseñar a hablar y no los eruditos que allí se sientan. Ni en la de la Historia, ya que se ha permitido que cualquier analfabeto critique el trabajo de nuestros mejores historiadores. ¿Y qué decir de la Dirección General de Tráfico? Pues que sus señales de circulación son tan fácilmente manipulables -basta una pegatina- que ya nunca pensaremos que su utilidad es el prudente gobierno de automóvil. Tampoco la esfera judicial es de fiar: sólo hay que acatar las sentencias que nos convengan, que para las otras ya tenemos a varios faranduleros manifestándose, expertos ellos en leyes y justicia.

¿Puede la Universidad tener algún prestigio, si se regalan Doctorados a los últimos de la clase, menospreciando a los que lo obtienen tras años de duro trabajo? Hasta los programas de estudio se han llenado de dudosa ideología: miren si no el de Filología de la UNED, donde la liberación femenina tiene más peso que el valor literario; encontrarán asignaturas enteras de doctrina pura (ya que tenemos literatura y género, ¿porqué no literatura y raza, literatura y edad, literatura y religión, literatura y barrio, literatura y club de fútbol,…?).

Y que no se nos pidan ganas de cumplir con el fisco, que el baile de deducciones arriba y abajo, y ahora me la devuelves, y a quien subvencioné ahora se lo cobro, y donde dije digo ahora es Diego, nos ha provocado auténtica alergia a la Agencia Tributaria. Por no hablar de la ausente estabilidad en un marco legislativo que inspire confianza en los inversores. Si cada vez que se anuncia una medida se desmiente al día siguiente, y cuando nos descuidamos nos aprueban un decreto-ley más funesto que el anterior… no esperemos atraer así más que trapicheos de gasolinera.
Como diría Haddock, menuda sed me da todo esto… y no de agua, precisamente. A ver si para el próximo post estoy más optimista, que vaya racha llevo.

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