domingo, 7 de febrero de 2010

EL ALMA DE INVICTUS

¡Qué magnífica película nos ofrece Clint Eastwood! Nadie debería perderse esta estimulante historia que nos devuelve la fe en el ser humano, que nos da un reciente ejemplo histórico de que algunas veces (aunque sea pocas) las cosas pueden ir a mejor, de que un individuo con determinación inquebrantable y enorme capacidad de irradiar a los demás puede cambiar la historia. Vamos, que todavía hay esperanza en este río revuelto. Que el vehículo sea, además, el rugby me alegra especialmente, ya que llevo tiempo castigando a mis conocidos con las virtudes de ese brutal y sutil deporte, aunque esto lo dejo para un futuro “post”.

Pero no sólo la historia es fabulosa, sucede que también está bien contada. La película, a cualquier nivel, es extraordinaria. Recomiendo, por cierto, la versión original... hay también contenido en la disparidad de lenguas y acentos de cada grupo, de cada etnia.

En cualquier caso, no traigo aquí esta película por hacer crítica cinematográfica, sino por reparar una injusticia, que es lo único negativo que puede decirse de la cinta. El caso es que tras la historia que se cuenta flota un poema, que es toda una declaración de principios, y que resume el espíritu de la historia. Se trata de un poema titulado, evidentemente, INVICTUS, que según se cuenta en la película acompañó a Mandela en su cautiverio, estimulándole e inspirándole en sus peores momentos. Un “poema victoriano”, se dice en la película, que en una escena inspirada, se lee de fondo, y que en otro momento se ve escrito por la mano de Mandela-Freeman...

Pero no se llega a decir en ningún momento que su autor fue un personaje llamado W.E. Henley. Y esta es la injusticia, no contar al público que, además de todo, está este gran poeta, y aprovechar la ocasión para que su obra siga inspirando a muchos otros. Bien es cierto que el poema citado es, según creo, muy popular en el mundo anglosajón, y es, a lo mejor, la razón, de que la autoría se halla obviado. No es así, sin embargo, en el ámbito castellano, donde Henley es absolutamente inédito y desconocido, sin entrada alguna en la base de datos del ISBN. Quien tenga más o menos mi edad, igual recuerda que un trozo de INVICTUS figuraba en el libro de texto de inglés de 6º de básica... es la referencia más cercana que puedo dar.

Y sin embargo, Henley es un poeta y una personalidad sobresaliente. Amigo íntimo de los mejores escritores de su tiempo (Wells, Kipling, Stevenson, Hardy, Barrie, Shaw), de los que fue además en muchos casos editor, arrastró una penosa enfermedad que culminó con la amputación de una pierna y una larga convalecencia durante la cual escribió uno de sus mejores libros, “In Hospital”, cuya exquisita primera edición regalé hace poco al bardo David Gutiérrez, como muestra de agradecimiento. Cualquiera que se vea obligado a una larga convalecencia hallaría consuelo en esa colección de poemas con la que podrá identificarse fácilmente. Henley fue, además, el auténtico John Silver El Largo, y así lo retrató Stevenson en “La Isla del Tesoro”.

Pero el lugar en la Historia se lo ha asegurado INVICTUS, con un par de versos finales que figuran inspiradores en la memoria de varias generaciones. Nada de lo que diga es mejor que el propio poema, así que aquí lo rescato completo, y traducido. De nada.

Invictus
William Ernest Henley

Out of the night that covers me,
Black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds, and shall find, me unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.






Invicto
Desde la noche que sobre mi se cierne,
negra como su insondable abismo,
agradezco a los dioses si existen
por mi alma invicta.
Caído en las garras de la circunstancia
nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino;
soy el capitán de mi alma.