lunes, 30 de abril de 2012

CONOZCO MIS DERECHOS

O tempora, o mores…
Un hecho irrebatible es que a todos nos sienta como un tiro, aunque sea momentáneamente, que cuando viajamos en avión el sujeto de delante nos baje el respaldo antes de decir esta boca es mía. El que diga lo contrario miente. Al fin y al cabo, se trata de una invasión de un espacio cada vez más escaso…
Y sin embargo, es una multitud la que olvida eso de “no hagas lo que no te gusta que te hagan” y baja el respaldo hasta antes de sentarse, aunque luego se vayan al aseo, aunque sea para comer o leer con la espalda inclinada hacia adelante y llegar a la mesita. Por supuesto, esta gente molesta sabe perfectamente que la compañía aérea le otorga ese derecho a irritar a su vecino trasero, y por tanto, lo hace valer a toda costa.
En los autobuses urbanos de Madrid hace ya tiempo que existe un espacio reservado para carritos de bebés, una loable iniciativa. Al menos en principio. Porque en cuanto una madre belicosa sube al vehículo, le falta tiempo para arrollar todo lo que se cruza en su camino -generalmente, pasajeros- con el carrito de marras, hasta ocupar ese espacio que exige con expresión furibunda, como si su bebé, ajeno a todo esto, estuviera siendo puesto en peligro por un complot de insolidarios bereberes. Pero claro, es que es su derecho, de acuerdo al reglamento de la compañía de transportes.
Como estos podemos citar todos los ejemplos que queramos. Infinidad de situaciones en las que prevalece un derecho (muchas veces de dudoso fundamento, por cierto) sobre la más mínima educación, y sobre unas normas básicas de convivencia que deberían estar muy por encima de cualquier reglamento.
Porque desgraciadamente, es muy raro que en ninguna de esas situaciones se oiga al del derecho decir “por favor”, “¿le importa si…?” o “gracias”. Algo tan estúpido como un derecho reglamentario otorga a un amplio grupo de hotentotes la patente de corso para pisar a los demás, quizá porque es el único momento del día en que pueden darse importancia. Como en las películas, reclaman “¡conozco mis derechos!” y aprovechan la ocasión para tocar un poquito los c… al respetable.
Mucho me temo que en este país del buen rollo y el talante llevamos tantos años sacralizando derechos y despreciando deberes que hemos olvidado que con una elemental educación nos ahorramos muchos reglamentos. Y hasta la mayor parte de las leyes, si me apuran. Lo dicho, o tempora

martes, 3 de abril de 2012

LOS QUE SE HAN IDO

Me gusta poco la política, pero una menos que otra. La hay especialmente perniciosa y dañina, y tenemos buen ejemplo en la que se acaba de ir. A lo mejor soy injusto hablando genéricamente. A lo mejor debería hablar de personas concretas, de absolutos incompetentes rebosantes de fatuidad, absurdos ignorantes a los que alguien ha puesto cuota de poder en las manos y se han creído que les venía por sus méritos y no precisamente porque su estupidez garantizaba ciega lealtad e incapacidad de hacer sombra.

Estos personajes han estado muy ocupados en infiltrar sus infaustas ideas -¿se las puede llamar así?- en las estructuras más sólidas de la sociedad. Y así, no les ha dado tiempo para dedicarse al trabajo para el que todos les hemos pagado magníficamente. Esta perversión, mes tras mes, año tras año, nos ha dejado un país que no hay quien lo levante. Porque mucho peor que la maltrecha economía es el absoluto descrédito conseguido en nuestras más venerables instituciones. Aquí ni puede haber un New Deal ni un Kennedy que nos pida hacer algo por nuestro país. Menudas risas nos íbamos a echar.

La terrible herencia de estos comediantes que ya se han ido a sus retiros dorados -pagados por los mismos a los que han estafado- es precisamente que ya nadie confíe en nada que huela a Público. ¿Y cómo no, si no ha habido institución en la que no hayan metido la nariz para soltar alguna patochada o colocar al frente a un amiguete iluminado? Esto explica que antiquísimos y venerables tribunales, tradicionalmente presididos por un sabio anciano, de pronto cayeran bajo la tutela de una veinteañera autosuficiente.

Sólo un milagro hará que la clase política vuelva a tener crédito. Pero ya tampoco podemos confiar en la Real Academia de la Lengua, porque son las “miembras” las que nos van a enseñar a hablar y no los eruditos que allí se sientan. Ni en la de la Historia, ya que se ha permitido que cualquier analfabeto critique el trabajo de nuestros mejores historiadores. ¿Y qué decir de la Dirección General de Tráfico? Pues que sus señales de circulación son tan fácilmente manipulables -basta una pegatina- que ya nunca pensaremos que su utilidad es el prudente gobierno de automóvil. Tampoco la esfera judicial es de fiar: sólo hay que acatar las sentencias que nos convengan, que para las otras ya tenemos a varios faranduleros manifestándose, expertos ellos en leyes y justicia.

¿Puede la Universidad tener algún prestigio, si se regalan Doctorados a los últimos de la clase, menospreciando a los que lo obtienen tras años de duro trabajo? Hasta los programas de estudio se han llenado de dudosa ideología: miren si no el de Filología de la UNED, donde la liberación femenina tiene más peso que el valor literario; encontrarán asignaturas enteras de doctrina pura (ya que tenemos literatura y género, ¿porqué no literatura y raza, literatura y edad, literatura y religión, literatura y barrio, literatura y club de fútbol,…?).

Y que no se nos pidan ganas de cumplir con el fisco, que el baile de deducciones arriba y abajo, y ahora me la devuelves, y a quien subvencioné ahora se lo cobro, y donde dije digo ahora es Diego, nos ha provocado auténtica alergia a la Agencia Tributaria. Por no hablar de la ausente estabilidad en un marco legislativo que inspire confianza en los inversores. Si cada vez que se anuncia una medida se desmiente al día siguiente, y cuando nos descuidamos nos aprueban un decreto-ley más funesto que el anterior… no esperemos atraer así más que trapicheos de gasolinera.
Como diría Haddock, menuda sed me da todo esto… y no de agua, precisamente. A ver si para el próximo post estoy más optimista, que vaya racha llevo.