domingo, 29 de enero de 2012

EL FUTURO NO ES CHINO

A principios de los 80 el futuro era Alemania. Todavía me río de algunos amigos que se dedicaron a las arduas declinaciones germánicas y no consiguieron pasar de dar los buenos días y saberse los días de la semana. De pronto el panorama dio un vuelco y lo imprescindible era saber japonés; aquel que lo consiguiera iba a tener la vida resuelta. Sin comentarios. Luego cayó el muro, y entonces no eras nadie si no estabas estudiando ruso. Ya no sé si fue antes o después, pero también el árabe se iba a comer el mundo; creo por cierto que Dubai tiene ahora tanto futuro como la ciudad del Pocero. Y no hace mucho Brasil era un país emergente, y… bueno, más idiomas y más clarividentes rebuznando.


Cuento todo esto porque en el colegio de mi hijo están ofertando como idioma complementario el chino. No sé qué chino, la verdad, porque creo que hay varios tipos (mandarín, cantonés, y no sé cuál más) y que se parecen tanto entre sí como el finlandés y el zulú. Para mayor asombro, parece que hay alumnos que han picado y dedican su tiempo a pronunciar fonemas imposibles.
Ya sé que lo que voy a argumentar contradice la aparente realidad, pero también creo que el día que la mayoría acierte será un buen momento para cambiar de planeta. Porque francamente, creo que el futuro será cualquiera menos chino. Ya sé que son muchos, que se han hecho con la fabricación de casi todo, que van por el mundo comiéndose la banca… Incluso sabemos que en un ejercicio de papanatismo aquí se les presta un trato de favor que ya quisieran muchas empresas nativas.


En primer lugar, creo que el mundo entero está hasta el gorro de chapuzas. Si con el pasado derroche nos daba igual que algo recién comprado se rompiera en un par de días y sin posibilidad alguna de arreglarse, hoy ya no es así. La nueva coyuntura nos obliga a mirar bien lo que gastamos, y empezamos a preferir calidad aunque sea pagando más, sobre todo porque el concepto de amortización es mucho más importante que el de gasto. Es decir, que prefiero comprarme algo bueno y que me dé buen servicio, que treinta cosas miserables. Llega la era de la calidad frente a la de la cantidad.
Parece que también hay algo de farol en las grandes corporaciones chinas; en más de un sitio se les ha puesto la alfombra roja porque llegaban como salvadores y en el último momento se han retirado sin decir esta boca es mía… que pregunten en NH qué tal les ha sentado la reciente espantada de los que iban a ser sus nuevos socios. ¿Cuál es al final el gigante chino, una extensa red de tiendas de parecido olor y productos imposibles? Además, el mundo se está haciendo más pequeño, como dice un reciente libro; ¿puede ser que la energía esté subiendo tanto que a medio plazo los costes de transporte acaben comiéndose el ahorro de fabricación?
Aún más importante que todo lo anterior es saber que sus bajos precios tienen una base execrable, y es que los sustentan condiciones de semiesclavitud. No podemos vanagloriarnos de nuestros avances sociales y estar a la vez sosteniendo un régimen donde los principios más básicos no existen. Cada vez que compramos algo a bajo precio, es muy probable que al final de la cadena haya alguien trabajando en condiciones lamentables; pensadlo la próxima vez que en la etiqueta ponga “made in china”.
Ese bajo coste de fabricación tiene por otro lado consecuencias medioambientales enormes, ya que también se deriva de evitar medidas frente a la contaminación de origen industrial; las urbes chinas empiezan a ser focos de insalubridad cuya influencia puede ser de escala planetaria.
Y finalmente… China es un país invasor de tierra sagrada, que ha ocupado el Tíbet injustamente y ha desplegado allí un régimen de terror genocida. Suficiente razón como para que Occidente les retire el saludo. No podemos vivir con una doble moral. China mismo es un hervidero; me cuenta un conocedor que existen tantas tensiones internas que en cuanto el régimen se relaje -lo cual es inevitable… el capitalismo rojo es insostenible- va a dejar a la antigua Yugoslavia a la altura del betún. ¿Será por esto que están siempre enfadados?


Es paradójico que con nuestro dinero estemos perpetuando todo aquello que nuestra sociedad ya ha superado; todos los valores conquistados en Occidente son hipócritamente traicionados en aras de una economía consumista. A lo mejor habría que cambiar el título de este post; realmente, no sé si el futuro será o no chino… más bien habría que decir que EL FUTURO NO DEBE SER CHINO.