sábado, 1 de mayo de 2010

LOS NUEVOS GRANDES INVENTOS DEL SEÑOR HUMANIDAD

Qué lástima que Topo Giggio ya no esté para actualizarnos la marcha de los grandes inventos en el cambio de milenio. ¿Qué fue de él, por cierto? ¿Volvió a Italia con Torrebruno y la Carrá tras la Era Lazarov? ¿O emigró junto a Petete y Carolina, el señor Búho, los dibujos de konec, y tantos otros, cuando la televisión didáctica fue vencida por a la impúdica? Quién sabe… ¡Ay de nosotros, con cada vez más canales y menos contenidos!

Muchos “post” como este van a ser necesarios para llenar ese hueco; pero no por ello vamos a dejar de intentarlo... Piense el lector un momento -tratando de adoptar la perspectiva suficiente- en cuáles son los grandes inventos contemporáneos, los grandes avances de nuestra civilización que en las últimas décadas nos han hecho un poquito más felices. Si se piensa fríamente, los que a priori parecen más revolucionarios no nos han traído realmente nada bueno. Más bien habría que considerarlos anti-inventos, la verdad. El teléfono móvil, por ejemplo ha instalado la impertinencia constante en nuestras vidas, y es usado con especial impunidad al no figurar normas sociales de uso en ningún manual (si bien no sería muy difícil escribirlas, empezando por la prohibición de las estridencias en los tonos para continuar con el ahorro al semejante de las conversaciones privadas aireadas a gritos en cualquier sitio público… un poquito de pudor, vamos).

En realidad, los grandes inventos contemporáneos nos pasan desapercibidos, al ser aparentemente poca cosa, de uso cotidiano, pero tan necesarios que nos resultan ya imprescindibles. Podríamos volver a vivir sin ese teléfono móvil (¡sería fantástico!) pero no sin estos grandes inventos. Pongo sólo tres ejemplos, que convencerán al más escéptico.

¿Qué decir, para empezar, de la dirección asistida? ¿O es que nadie se acuerde de lo que era maniobrar con un 124, por poner un ejemplo extremo? Los que nos hemos curtido viviendo en barrios como Chamberí, donde cada aparcamiento era una nueva aventura de duración incierta, donde el más mínimo hueco era aprovechable, donde aparcar de canto, en dos ruedas, sobre un sello de correos, era una necesidad, hemos desarrollado una extraña fuerza en algunos músculos del brazo, a costa de darle vueltas al volante. Las complejas maniobras para sacar el coche por la acera, encerrado por la doble fila- eran un prodigio de estrategia, pero también de gimnasia, ya que materializar esos complicados arabescos que sólo nosotros éramos capaces de diseñar requería mucho dale-que-te-pego al volante, que nos dejaba agotados. Ya sé que era lo de menos, lo importante era encontrar el sitio, por malo que fuera o lejano que estuviera, pero es que a veces daba la impresión que eran nuestros giros de volante los que estaban moviendo el coche, como si de pronto estuviéramos en un troncomóvil de tracción animal (con perdón).

Y si existe algo discreto, cotidiano y a la vez utilísimo, eso es sin duda ese enchufito que conocemos como USB, sin tener ni idea de qué significan esas siglas. Qué más da... la mágica posibilidad de poder enchufar todos los asombrosos cacharretes que Mr. Gates nos coloca, y algunos más, y que en cuestión de segundos todo funcione, y nuestro equipo ya sepa qué es, qué hace, cómo se usa (mucho antes de que nosotros mismos lo sepamos)... esto ya es magia negra, caramba. Recuerdo que no hace muchos años pasé casi dos días configurando un “plotter”. Y todos hemos pasado muchas horas buscando (en internet, y antes pidiéndolo a la casa o a amigos iniciados) “drivers” o similares, para que nuestros periféricos se pudieran volver a instalar al cambiar de equipo, o con otros sistemas operativos, o qué se yo. ¡Si al final nos hemos hecho todos informáticos! Y ahora llegamos con el enchufito y ya está todo resuelto, no hay que pensar más. Otro gran avance, sin duda.

Para terminar, confesaré que hace unos cuantos años consideraba que el mejor invento de la historia era el Alka-Seltzer, esa efervescencia mágica, única capaz de hacerte volver a la vida un domingo por la mañana, como la pócima que consigue que el góngoro vague eternamente. Ya no pienso así, ya no soy tan joven como para necesitar ese milagro, por desgracia. Lo que ahora me va, desde que estoy ya cuesta abajo -y en grandes cantidades- se llama Almax. Supongo que cada uno, y en cada edad, tiene su medicina-fetiche. La mía es el Almax, y me parece incomprensible que a su inventor no se la haya erigido un monumento de relevancia, que no se le entierre en el Panteón de Hombres Ilustres, que su nombre y biografía no se recite en los colegios. De hecho, si este post termina atropelladamente es porque estoy necesitando atizarme un sobrecito. Voy por él... hasta la próxima, pues.


PS: ¿Se anima algún lector a engrosar esta lista de aparentes insignificancias?

1 comentario:

  1. El microondas y el GPS para poner en la lista con el Almax. Y los misiles Tomahawk y los politonos para añadir a la lista con el teléfono móvil.

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