lunes, 1 de marzo de 2010

¡LARGA VIDA AL URBANISMO!

Hace ya tiempo que asistimos a la agonía del Urbanismo -con mayúscula- en nuestro entorno. Una disciplina esencial para nuestras vidas, al conformar el hábitat en que se desenvuelven todas las actividades y que sin embargo nunca ha sido muy bien atendida en España. De hecho, los excepcionales casos que hemos colocado en la Historia tenían un trasfondo especulativo (ahí está el invento de la Ciudad Lineal). Y atesoramos muchas oportunidades perdidas (una reciente exposición nos descubre lo que podía haber sido la Plaza de Oriente, si Fernando VII no hubiera decidido que gastar en Urbanismo era una tontería, al contrario que en el resto de Europa; nuestros reyes siempre han sido más listos que el resto).

En los últimos tiempos, la atención al espacio urbano sucumbe ya del todo bajo argumentos económicos (v.g., proliferación de soportes publicitarios que suponen un crimen espacial para ganancia de calderilla y sobre todo, generación de comisiones varias) y bajo el peso de la asfixiante normativa y legislación urbanística, tan compleja como inútil e inflexible, y que siempre ha sido el asombro de los expertos de fuera, al favorecer la especulación desde presupuestos de legalidad. Parece que el paisajismo, esa búsqueda de la calidad espacial y de la protección del hábitat urbano, ha desaparecido, y sólo queda el afán de cumplir normativas mezclado con la megalomanía de quienes deben “hacer ciudad” y la codicia de los agentes que desarrollan el planeamiento.

Qué buena muestra suponen los recientes ensanches de nuestras ciudades, con esa soberbia ocupación de suelo, bien escaso que se consume con alegría en desarrollos donde ni el dimensionado es correcto (¡cuánto sin vender a estas alturas!). Para entrar a Sanchinarro (Madrid), tenemos una avenida de cuatro carriles por sentido, además de generosa mediana y aceras y bandas de aparcamiento en cada lado. Vamos, que cruzar la calle como mínimo necesita acopio de provisiones. Una auténtica barrera en la puerta de las casas, impidiendo la necesaria relación entre ambos lados de la calle, además del despreciado beneficio climático que supondría una calle de ancho proporcionado a las alturas de los edificios, o el ahorro que vendría de redes de infraestructuras más cortas.

Si no hace falta ese ancho porque el tráfico no lo necesita, entonces hemos dimensionado mal. Y si es necesario porque en horas punta se colmata el viario… hemos dimensionado peor, ya que hemos creado un barrio que necesita una autopista en medio para poder funcionar. Mal, en cualquier caso. Mal, como la rotonda de entrada… del mismo tamaño que la Plaza de la Concordia en París. ¿Necesita Sanchinarro una rotonda del mismo tamaño que el centro neurálgico de París? Me temo que tenemos el rumbo equivocado…

Y si esto pasa en los nuevos desarrollos, también en la ciudad existente. Aunque muchas veces sea fruto de épocas mejores, aquí estamos para estropearla. Decisiones de políticos de dudoso gusto y escaso peso intelectual entierran dinero en actuaciones dudosas que sólo responden a la megalomanía y a raptos de inspiración mística (no se me ocurre otra explicación). (NOTA: las maravillosas Fuentes Océanas han sido destruidas y nadie ha protestado… ¿no nos queda esperanza?).

Así, las reglas más elementales -de todos sabidas- se obvian y entierran bajo costes escandalosos en operaciones inútiles, caras y, sobre todo, feas. Kevin Lynch hablaba de la importancia de tener hitos en las ciudades, e intuitivamente ya lo sabíamos. También hablaba del problema que supone el exceso de hitos… y también lo sabíamos. Desgraciada Plaza de Castilla, donde al exceso de hitos se ha unido uno nuevo, cortesía del Fallero.

¿Existía, por poner otro ejemplo, una entrada a una ciudad de mayor calidad que la que se hace a Madrid desde la carretera de La Coruña? Maravillosamente arbolada, envuelta en verde, flanqueada por la singularidad de la Casa do Brasil, de la Escuela de Ingenieros Navales, del Museo de América, y rematada en su final por el monumental Arco del Triunfo (ojo a la desmemoria histórica, que hablamos de hace 70 años, a ver si vamos a tener que quitar la placa del 2 del mayo un día de estos).

Y de pronto, hace unos años, se cometió el crimen de incrustar algo “fuera de escala”, como un objeto del espacio que cayó del cielo donde el azar dispuso, mal hecho (con placas cayéndose desde el primer día), mal programado (inútil… tanto tiempo cerrado y nadie lo ha echado de menos) y mal dimensionado, dejando a escala ridícula todo el entorno con cargo a nuestros impuestos, que vuelven a dilapidarse ahora al acometerse una reforma completa del artefacto, con adecuación a las normativas actuales... qué posteridad más breve, igual que le pasa a los cuadros de Barceló. Como en los programas de adelgazamiento, un par de fotos CON y SIN hablan por sí solas. Si lo ponen en el Retiro se hubieran quedado igual de satisfechos.

¿Más ejemplos? ¿Qué tal la ofensiva granítica que actualmente se vive en Madrid, con esa peatonalización que se extiende como una mancha de aceite? No discuto los beneficios de este esquema de ciudad, aunque sean sin embargo discutibles. Resalto aquí el hecho de que no se aproveche, de nuevo, para “hacer ciudad”. Simplemente se pavimenta y se corta el tráfico. Un espacio sagrado en Madrid como es la plaza de Callao resulta ahora una infinitud alicatada, un festín de agorafobia donde se han dejado caer, como siempre, todos los chirimbolos posibles, sin orden ni concierto.
Así está también la Puerta del Sol, donde en poca distancia se cuentan hasta tres entradas al Metro (se ha peatonalizado Montera, pero se mantienen los accesos de pares e impares separados ahora por… nada, que ya no hay calle en medio…), varias cabinas, carteles publicitarios, registros y armarios técnicos, quioscos, etc. Una zona peatonal que da miedo a los ciegos es un sinsentido. El desasosiego y el vacío se han instalado en estos no-espacios, allí donde ha salpicado la brigada de soladores.

No quiero ser menos, y también yo voy a dejar caer un chirimbolo, un elemento discordante, una ameba urbanística que me asegure un puesto en la posteridad, y tan dilapidadora que nadie se atreverá a quitarla… ¡Vaya, pero si no queda tan mal, se está articulando el desértico no-espacio! ¿Larga vida al Urbanismo? ¡Larga vida a Perogrullo!

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