sábado, 13 de diciembre de 2008

LAS TRES LECCIONES DE DIÉBÉDO FRANCIS KÉRÉ

Se cuenta que en su reciente visita a la Expo de Zaragoza, el joven arquitecto Diébédo Francis Kéré, ante la contemplación del puente proyectado por Zaha Hadid, no puedo menos que pensar que con su coste, él podría haber levantado mil escuelas en su país de origen, Burkina Faso. Kéré acudía a Zaragoza como invitado a participar en unas jornadas sobre arquitectura sostenible, de la que ha demostrado -con una obra aún mínima- ser un maestro. En 2004 fue uno de los galardonados con el premio Aga Khan, valorándose especialmente en el proyecto seleccionado su “elegante claridad arquitectónica”.

La biografía de este arquitecto resulta realmente estimulante desde un doble punto de vista. Su trayectoria vital tiene tintes casi literarios, y es un gran ejemplo de superación personal, de compromiso con su gente y sus orígenes. Por otro lado, su obra –aun breve- resulta un alivio dentro del agonizante panorama actual de la arquitectura, asfixiada por un “star system” que parece vanagloriarse de despilfarrar montañas de recursos, que invariablemente termina sus edificios con costes que, como mínimo, duplican el presupuesto inicial, y con resultados repetitivos, sin magia ninguna, y que distan mucho de ser satisfactorios incluso en cuanto a la resolución del programa (como reciente ejemplo, valga el muy comentado de ese premiado y carísimo auditorio donde una importante parte del aforo no tiene visibilidad alguna).

Kéré nació y creció en la aldea de Gando, en Burkina Faso –el antiguo Alto Volta-, uno de los países más pobres del mundo. Gando es un pequeño núcleo de 3.000 habitantes, carente de las dotaciones básicas, entre ellas, de escuela. Sin embargo, Francis Kéré tuvo una oportunidad que a pocos niños de allí se les presenta: a la edad de siete años, trabajando como carpintero, su padre pudo enviarle a estudiar al oeste del país. Con el tiempo, sus buenos resultados le trajeron, además, una beca del gobierno alemán para trasladarse a Berlín a estudiar Arquitectura. Actualmente, compatibiliza la docencia como profesor en una escuela técnica alemana con el ejercicio profesional desde su propio despacho en Berlín.

De vez en cuando, historias de progreso personal, desde condiciones iniciales muy adversas, nos afirman en la idea de que sólo los individuos redimen a la masa. Mientras tanta gente pelea por seguir un rumbo equivocado, siempre surgen personas excepcionales cuya determinación puede considerarse ejemplar. Pero Diébédo Francis Kéré aun nos puede dar una segunda lección. Es un hombre agradecido que sabe que, a pesar de todo su mérito, ha contado con oportunidades que no todo el mundo tiene, al menos en su entorno de origen, y se ha obligado a devolver parte de su Fortuna contribuyendo a que otros niños puedan arrancar una vida distinta desde la educación.

Para ello, pensó en proveer a su aldea de origen de la escuela que no existía cuando él era niño. Proyectó un prototipo de escuela cuya sencillez le permite ser construida con un coste inferior a 25.000 euros, con la ventaja añadida de que está diseñada para poder ser construida por los propios habitantes de la aldea, sin necesidad de grúas u otro tipo de maquinarias, con soluciones constructivas sencillas y con materiales sencillos: bloques de tierra comprimida, madera, chapa. El acertado uso de los materiales, la orientación y el propio diseño y distribución hacen innecesaria la climatización. ¿En qué está pensando el lector de estas líneas? Imagino que algo como “¡caramba, es como se ha hecho arquitectura tradicionalmente, durante siglos y siglos!”. Qué lejos está el “star system” –¡y sus clientes!- de esta sencilla inteligencia...

Preparado el proyecto, el siguiente paso era construirlo. Para ello Kéré no dudó en recaudar fondos entre sus amigos y conocidos en Alemania. El gobierno de Burkina Faso también se comprometió a asumir parte de la empresa, así como a proveer la escuela de los maestros necesarios. Finalmente, financiados materiales y gastos, hombres y mujeres del pueblo fueron convenientemente instruidos y con sus propias manos levantaron en su aldea, por fin, su escuela.

Ahora, son los propios hijos de estos hombres y mujeres los que utilizan esta escuela, donde se educan y donde se les han abierto nuevas oportunidades de mejora vital. Como era de esperar, su capacidad inicial de 120 alumnos se ha alcanzado con rapidez. Pero como un alud civilizador imparable, esta iniciativa se extiende: dos núcleos cercanos a Gando han seguido su ejemplo, y preparan ya levantar sus propias escuelas. Sería una maravilla que, como una mancha de aceite, la idea siga su expansión, levantando un país desde su base más profunda: la educación de sus niños.

¿Es esto todo? No. Francis Kéré aún tiene otra lección más. Lo mejor de toda esta historia es que además, el proyecto del que hablamos es Arquitectura con mayúsculas, toda una lección de adecuación a un programa con total precisión, de respeto al entorno y al medio, de elegancia desde una sencillez aplastante. La escuela se yergue frente a la sabana como si llevara allí toda la vida, completamente fundida en el paisaje. “Menos es más”, decía Mies Van der Rohe. Quien alguna vez se ha puesto frente a un papel en blanco sabe que lo difícil no es acabar llenando el papel (con un escrito, un dibujo, un proyecto...). Lo difícil es hacerlo con los recursos exactos que hacen falta, ni uno más, ni uno menos. Esa aparente simplicidad que presentan los proyectos de Kéré (no sólo la escuela de Gando; se pueden revisar en su web http://www.kere-architecture.com/) es fruto de una inspiración que sólo llega con muchas horas de reflexión y trabajo.

Todos sabemos a qué conclusión lleva esta historia: si la determinación de una sola persona, con unos pocos recursos, puede llegar a cambiar de modo significativo las condiciones de vida de toda una comarca, imaginemos cuánto se podría hacer si la gran cantidad de recursos que dilapidan nuestros gobiernos fueran utilizados con la misma sencillez e inteligencia. Si hemos de ser justos, por lo menos deberíamos dejar de pensar que mejorar el mundo es imposible. No lo es, mientras se sigan produciendo individuos como Diébédo Francis Kéré.

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